El acontecimiento tendrá lugar, dicen, el próximo día 28. Esa noche, una cena en el Palacio de Oriente acogerá a los treinta jefes de Estado o de Gobierno que acuden a la ‘cumbre’ de la Alianza Atlántica más importante desde la caída del muro de Berlín. Allí, en los pasillos del palacio real, tendrá lugar, presumiblemente, el primer apretón de manos (¿abrazo?) entre Pedro Sánchez y Joe Biden.
Las demás fotos ya son menos novedosas, y los estrategas de La Moncloa lo saben: Macron, Trudeau, Boris Johnson, Scholz... ya se han retratado muchas veces con Sánchez. Biden, quitando aquel fugaz y un poco sonrojante ‘paseo’ de 29 segundos, no. Y aseguran que Sánchez espera mucho del ‘efecto Biden’. Ser anfitrión de una reunión de la OTAN del calibre de la que va a tener lugar en Madrid dentro de una semana te da mucho ‘caché’ internacional y, se supone, nacional. La cuestión es: ¿cuánto duran los ecos de la visita elogiosa de Biden a España?
Sánchez debería saber que una fotografía suya junto a Adriana Lastra --como la que este martes, con presunta intención aviesa, publicaban muchos periódicos en portada tras la reunión de la ejecutiva socialista para analizar ‘lo de Andalucía’-- le hace más daño que beneficios le pueda reportar un saludo afectuoso de Biden, que repartirá abrazos a los otros treinta asistentes a la ‘cumbre’, supongo que Erdogan incluido. La ‘cumbre’ va a salir bien, a menos que se produzcan diferencias a la hora de aprobar el documento estratégico para los próximos diez años o que se registre alguna mínima nota disidente al hablar de Ucrania, de Putin o de la ‘acción hacia el sur’, tema que interesa mucho a España por lo que todos saben, aunque, claro, a Ceuta y Melilla, que no están defendidas por el pacto atlantista, ni mencionarlas.
Pero ya digo: Biden no hará olvidar lo ocurrido en las elecciones andaluzas de este domingo. La memoria de los fastos en palacio o en Ifema es corta; la de las angustias de tener que comparar lo que pagabas hace unos meses por el litro de gasolina o por el aceite de girasol, o por la luz sin ir más lejos, permanece. Sánchez, esta es la verdad, comparte la misma desdicha de la que se lamentaba Gorbachov: que era mucho más apreciado fuera que dentro de su país. El presidente español empatiza más con Ursula von der Leyen --lo que no es nada malo-- que con el ciudadano medio de Galicia, Cantabria, Aragón o Madrid. O Andalucía, por lo que se ve.
Este miércoles, en la sesión de control parlamentario, Sánchez tendrá oportunidad de mostrar si ha entendido el mensaje de las urnas, y no se lanza por el lamentable camino de las reacciones ante la debacle andaluza expresadas por Adriana Lastra o Rafael Simancas, representantes típicos de esos diputados ‘aplaudidores’ de cuanto el jefe exprese, aunque sea un carraspeo. Adolfo Suárez hablaba de la necesidad de no dejarse engañar por el paso triunfal por cancillerías y palacios presidenciales extranjeros: lo importante, me dijo una vez, es dar la mano a la gente que te aguarda en la calle, que espera un gesto de ti, que le escuches. Y Felipe González me reconoció que un Gobierno tiene que ser “simpático”.
No sé, ya digo, si la ofensiva de imagen consiste en la señora Lastra y Félix Bolaños presentando un libro hagiográfico de Pedro Sánchez escrito por José Félix Tezanos. Pero esa presentación fue, este martes, la primera acción de precampaña del sanchismo. Luego vienen Biden y todo lo demás, sea eso, ‘todo lo demás’, lo que sea, que, hoy por hoy, me parece que nadie, y Sánchez menos que nadie, lo sabe.
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