Viendo lo bien que marcha hasta ahora la ‘cumbre’ de la OTAN, a uno se le ponen los pelos de punta pensando cómo serían las cosas si, en lugar de Biden, fuese Donald Trump quien habitase en la Casa Blanca y hubiese sido, como lo ha sido Biden, el ‘primus inter no tan pares’ de los treinta jefes de Estado y de gobierno que asisten a la reunión atlántica en Madrid que se clausura este jueves. Las revelaciones, que dejan poco lugar a la duda, de una testigo clave, Cassidy Hutchinson, confirmando la responsabilidad directa de Trump en el asalto --armado-- a las instituciones en enero de 2021 hacen que suspiremos de alivio por tener hoy de huésped a Joe Biden y no a su peculiar --llamémoslo así-- antecesor.
Escribo desde la inmensa sala de prensa de Ifema, donde se celebra la ‘cumbre’. El interés de mis colegas extranjeros, centenares, no se centra precisamente en el encuentro de Biden con Pedro Sánchez, que normalizó las difíciles relaciones entre España y Estados Unidos. La comparecencia conjunta en La Moncloa, o la declaración conjunta con el Rey en el Palacio de Oriente --que dejó maravillado, a justo título, al presidente norteamericano--, no ha sido lo más importante, lógicamente, de una ‘cumbre’ que este miércoles sacaba a la luz un comunicado alentador, considerando la situación que vive el mundo por culpa de Putin. Pero sí fue el encuentro con Biden muy significativo para España y, claro, para su actual Gobierno.
Ya nadie recuerda, y me alegro, aquellas chanzas algo absurdas y acomplejadas sobre el ‘paseo de los 29 segundos’ de Sánchez con Biden. El hombre más poderoso del mundo se ha deshecho en elogios hacia el presidente español --no podría esperarse otra cosa-- y ha inaugurado una nueva era en las relaciones hispano-norteamericanas. Como en los tiempos de Clinton o de Bush, o de Obama. Creo que, solo por eso, a Madrid le compensan los afanes --dos mil horas de negociaciones, dijo el embajador ante la OTAN, Miguel Fernández Palacios-- de haber organizado esta difícil ‘cumbre’ de la OTAN, la más importante celebrada por la Alianza desde la caída del muro de Berlín. Y, de paso, la imagen de España y de Madrid, que alberga el palacio de Oriente, el Museo del Prado y toda esa geografía brevemente recorrida por los mandatarios, se ha visto inmensamente beneficiada: nuestro país es perfectamente capaz de montar un acontecimiento en estos momentos tan complicados y ello debería llenarnos de orgullo, cuando tan deprimidos, por tantos motivos, estamos.
Se equivocaría, claro, Sánchez si se apuntase en solitario el triunfo. Todo el andamiaje de una Administración bien engrasada se ha volcado para que todo salga bien. Y la ciudadanía ha colaborado ejemplarmente en medio de las molestias ciudadanas. Se ha comportado el presidente de manera cicatera no involucrando al líder de la oposición en esta ‘cumbre’, y se ha mostrado algo servil en el trato excesivo, en comparación con los otros jefes de Estado y de Gobierno, otorgado a Biden. Pero eso es casi ‘peccata minuta’ en comparación con los beneficios obtenidos. Claro que ya desde este mismo viernes a Sánchez se le abre un panorama nuevo que sembrará de trampas para elefantes el camino de la legislatura. Pero eso, ya digo, será mañana, y siempre --o casi-- nos quedará París. Y Biden.
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