Al espanto que han provocado las imágenes del horror sucedido en territorio marroquí durante el asalto a la valla fronteriza de Melilla, le sucedió la obscenidad de Pedro Sánchez apresurándose -todavía no se conocían los hechos en su integridad- a calificar como “bien resuelto” por la gendarmería marroquí el conflicto generado. Un enfrentamiento que se salda con una sola vida perdida no puede calificarse de “bien resuelto”; aplicar esta valoración cuando la muerte ha alcanzado a más de veinte seres humanos es, sencillamente, una obscenidad ética.
La tragedia de Melilla nunca debió suceder y la estrategia de control llevada a cabo por las autoridades marroquíes no puede situarse en la penumbra cínica de lo inevitable. Un adecuado dispositivo de seguridad habría impedido que dos mil personas transitaran en grupo en un recorrido de varios kilómetros. No lo hicieron y es inevitable preguntarse si una decisión tan errónea fue fruto de la incompetencia o de una estrategia premeditada. Doctores tiene la geopolítica en el flanco sur de la OTAN y expertos tienen los gobiernos de la Unión Europea en el virtuosismo marroquí cuando de chantajes se trata para analizar una tragedia que, lamentablemente, quedará reducida al alboroto partidista habitual en España y unas tumbas sin nombre en Marruecos. Las declaraciones y la investigación en Madrid solo servirán como pasarela para mediocres en busca de rentabilidad partidista. La memoria de los fallecidos permanecerá en el dolor de quienes les amaron y en la soledad inclemente del polvo que llega del desierto cargado de olvido.
El escepticismo es un compañero inseparable de la experiencia y recorrer lo sucedido sobre estos dos railes conduce a la incredulidad. Dentro de unos días, en el mejor de los casos dentro de unas semanas, la tragedia de Melilla solo será un capítulo más en el manual aún no iniciado de cómo debe enfrentarse Europa al problema de las olas migratorias, un reto que marcará el devenir de un siglo marcado desde su inicio hace más de veinte años por el sobresalto, la desorientación y la incerteza.
Pero desde la otra orilla de ese mar que separa más que une a España con Marruecos y Argelia es inevitable preguntarse cómo es posible que el justificado estruendo emocional y político de esta semana por lo sucedido al otro lado de la valla de Melilla no encuentre, ni haya encontrado nunca, un nivel similar de declaraciones políticas, censura ética y atención mediática cuando quienes mueren lo hacen en el horror de una patera. La contundencia sin límites de la gendarmería contra los inmigrantes encaramados en una valla es de una crueldad humanamente injustificable- toda acción criminal lo es-, pero también lo es la impunidad con que las mafias hacinan de seres humanos desesperados las pateras que conducen a muchos a la muerte.
Según la Asociación Pro Derechos Humanos, 654 personas perecieron ahogadas en el mar de Alborán durante el pasado año; según la Organización Internacional de las Migraciones (vinculada a la ONU), los desaparecidos fueron 160. En los seis meses que han transcurrido desde enero de este año, y según esta misma organización internacional, las personas que han encontrado su tumba en ese mismo mar han sido 96.
Los datos son fríos, pero el dolor, la desolación y el estupor que encierran debería abrasar la conciencia. Lamentablemente no es así. La oscuridad del mar, la impiedad de las olas, la desesperación de quien lucha contra una muerte sin remedio no son imágenes recogidas por las cámaras de televisión, no llegan hasta nuestros ojos y lo que no se ve acaba condenado a la inexistencia. Ninguno de los naufragios ocurridos en ese mar ha acaparado nunca una atención destacada ni en las declaraciones de la mayoría de los partidos políticos ni en los grandes medios de comunicación; en algunos casos apenas una efímera declaración de lamento y una reseña a pie de página y poco más.
Ante esta realidad incuestionada por incuestionable- busquen en la memoria la atención mediática y política prestada a los naufragios ocurridos en nuestro mar o en otros cercanos-la pregunta es pertinente: ¿Son distintos los inmigrantes que encuentran la muerte encaramados a una valla de los que acaban su vida en la desoladora soledad de un mar embravecido?
La respuesta no está en el viento. Está en la conciencia.
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