El martes, en el homenaje a Blas Infante en los jardines del Parlamento Andaluz, Marta Bosquet se emocionó en su despedida como presidenta. Me alegra su emoción y lamento su despedida. Nunca hay que fiarse ni confiarse en aquellos que nunca se emocionan; no suelen ser personas de fiar. También lamento su adiós a la primera línea de la política. Por ella y por lo que supone de certificación forense de la defunción anunciada del Ciudadanos andaluz. El partido que fundó Albert Rivera (con el viento a favor del IBEX) y lo ha destrozado (con el vendaval de su torpeza ilimitada) ha cosechado una notable gestión en el gobierno andaluz. La lealtad de Juan Marín, su compromiso con los intereses andaluces y la profesionalidad de los consejeros, así como la dedicación y capacidad de (casi) todos sus delegados en Almería, no ha obtenido la cosecha electoral a la que, razonadamente, aspiraban. Perder 21 diputados es una hecatombe solo comparable con la incapacidad contrastada de Rivera y Arrimadas, dos líderes sin sustancia incapaces de gestionar con acierto una comunidad de vecinos.
Juan Marín, Marta Bosquet o Vicente García Egea han sido víctimas de una estrategia estrafalaria que comenzó su camino hacia el pudridero el día que Rivera se creyó ungido por los dioses para superar al PP y alcanzar la presidencia del gobierno.
Con su negativa a alcanzar un acuerdo con Pedro Sánchez demostró su inutilidad como político y su incapacidad como dirigente. Si Ciudadanos hubiera negociado con Sánchez, la mayoría entre PSOE y Ciudadanos hubiese superado los 185 diputados, habría condenado a la irrelevancia parlamentaria al independentismo y no habría hecho depender al gobierno de Podemos y su delirio de gestionar la quimera en vez de la realidad. Aquel agosto de incertidumbre, el líder de Ciudadanos se exilió de la razón y de quienes le acompañaban en la aventura en la dirección de su partido. La soberbia siempre acaba por desvelar la ineptitud.
Desde entonces la carrera de Ciudadanos hacia el precipicio se aceleró sin remedio. La solución Arrimadas aumentó la velocidad de crucero hacia la nada. Sin criterio, ni orden, ni concierto, Ciudadanos pasó de intentar asaltar la fortaleza del PP a convertirse en su más fiel servidor, abandonando la posición de una centralidad que le permitía pactar con PP o PSOE en función de las coordenadas de cada territorio a ayuntamiento.
Como demuestra la historia de la navegación, nunca hay puerto seguro para quien no sabe dónde va, y estaba escrito que la nave de Ciudadanos caminaba sin tino y sin remedio hacia las profundidades del océano de su desaparición.
Lo lamentable es que ese hundimiento anunciado llevaba unido en su destino la salida de la escena pública de políticos y políticas siempre leales y, numerosas veces, eficaces.
Muchas son las voces que apelan a la conveniencia de que el capital político que algunos de los dirigentes de Ciudadanos han aportado al gobierno andaluz en estos casi cuatro años pudiera ser rescatado por el próximo ejecutivo regional en algunas de las esferas de la administración autonómica. La decisión solo compete al presidente, pero quizá no sea una mala idea.
La generosidad hacia quienes se han comportado de forma leal y con notables dosis de eficacia es, no solo una prueba de inteligencia, sino una forma inteligente de alejarse del comportamiento tribal que tanto daño está haciendo a la credibilidad de la política y de los partidos que la gestionan.
Dejemos pasar el tiempo a ver qué nos trae.
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