Añoro los años ochenta porque en mi imaginario de niño la vida era una fuente de experiencias sin filtros que habitaba con naturalidad y alegría. En mi familia y en el colegio -el centro público Arco Iris de Aguadulce que dirigía Miguel Ramírez (don Miguel) con autoridad, audacia y entusiasmo- viví una infancia auténtica. Una niñez con cierta libertad en la que tuve amigos de toda clase. La mezcla era fantástica.
Huyo de la nostalgia, aunque no lo parezca, porque sólo conduce a la melancolía y siento que el presente es el mejor de los momentos si lo aprovechamos bien. Pero aquellos tiempos ya lejanos aparecen a veces en mi cabeza para recordarme lo que soy y de dónde vengo. En la parte más anecdótica y pintoresca, ciertos padres eran traficantes de droga e incluso con el tiempo alguno de mis compañeros de pupitre se metió en el negocio paterno y pasaría unos años a la sombra. Pero, bueno, no crean que en Aguadulce vivíamos como los Soprano. Más bien de aquello nos enteramos después y mi círculo de amigos era bastante sano.
Hoy, contemplo con extrañeza y pena que ha emergido un fuerte clasismo en parte de la sociedad, que muchos padres no quieren que sus hijos salgan de sus burbujas y que no se contaminen con experiencias diferentes porque ellos tampoco lo hacen. Me parece triste, pues la riqueza de la vida reside en la mezcla y en la comprensión de todas las realidades y culturas para ser una persona más completa e íntegra. Por desgracia, ocurre en todas las clases sociales, en las más altas y en las más bajas y por supuesto en las del medio: muchos no quieren salir de sus entornos y enarbolan un extraño orgullo de grupo donde se sienten confortables y seguros.
El gran humorista y guionista Kikín Fernández me dijo en una entrevista que “es hermosamente ridícula esa gente que se toma demasiado en serio a sí misma”. La frase es antológica por exacta. Y la recuerdo cada vez que veo a algunos guardando el cofre de su virtud al verse sorprendidos por la inesperada presencia de otras personas de un rango social supuestamente distinto. Que esa es otra: los creen así por las apariencias o por el dinero que creen tener. Hay que ser cateto.... Perdonen la expresión, pero me descojono cuando los observo y, al mismo tiempo, me dan mucha lástima porque considero que conocer a gente variopinta, de culturas diferentes y pensamientos dispares te ayuda a entender el mundo, a abrir la mente y a pensar a lo grande.
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