Menos de 24 horas después de la desaparición de Isabel II yo empiezo a estar empachado del atracón de noticias sobre su reinado. Periódicos, radios y programas de televisión, he participado ya en media docena, rivalizan, rivalizamos, en contar las peripecias de los Windsor y en lanzar incienso desenfrenadamente sobre la figura de la monarca. Se agotan los piropos y los elogios.
La primera ministra británica afirma que es la reina más grande la historia, lo que resulta un poco exagerado, un periódico de otros país abre con que el mundo está conmocionado, no veo yo a un mecánico de Bolivia, a un agricultor de Almería, a un chófer de Nigeria o a un abogado de Estados Unidos conmocionados con el deceso de la reina, tienen otras preocupaciones más inmediatas, y otro informativo medio sostiene que el planeta está de luto. Un poco exagerado. En Madrid incluso se decreta el luto durante tres días.
La reina británica es, sin duda, un personaje excepcional. Primeramente y ante todo porque sido muy longeva, si hubiera reinado quince años habría menos gente boquiabierta, y en segundo lugar porque ha cumplido sus limitadas funciones con un sentido del deber que impresiona. Ha sido muy consciente del papel unificador de la monarquía en Gran Bretaña en años en que el país estaba en claro declive político y económico y se ha empleado a fondo hasta el último minuto realizando sus funciones con dignidad y oficio. Por ello, debilitada ya, no dudó en recibir hace cuatro días a la nueva primera ministra y despedir a Johnson, el saliente. Desde la muerte de su marido, cuando su salud se resquebrajó, fue delegando funciones, ahora bien, se trataba de las meramente protocolarias asumidas por su hijo, pero siguió cumpliendo la constitucionales, firma de las leyes, despacho semanal con el primer ministro en uno u otro palacio, etc... Su respeto de las normas legales británicas, no inmiscuirse en la labor del gobierno en ningún momento, no puentear ni incordiar a cualquiera de los 15 primeros ministros que ha tenido, y alguno no le ha podido caer bien, ha sido ejemplar.
Ahora, su influencia política, cortemos el incienso, ha sido reducida.
En el terreno personal la monarca ha sufrido varios contratiempos, supo desde poco después de su matrimonio, que su apuesto marido le era intermitentemente infiel, varios de sus hijos le han dado sonoros berrinches y no digirió del todo el divorcio del heredero con la princesa Diana. Debía saber que su hijo fue el que inició una profunda relación con la que ahora es su mujer-Diana comentaría en una ocasión sarcásticamente que un matrimonio de tres resultaba bastante congestionado-pero tampoco disfruto con la conducta posterior de Diana en los meses que precedieron y siguieron al divorcio. Eso propicio la frialdad, incluso ceremonial, con que recibió la muerte en accidente de la princesa, indiferencia que produjo un vuelco de la popularidad de la reina de la que con habilidad y gestos posteriores se repondría ampliamente. Ha muerto en olor de multitud.
Los británicos se aprestan a rendirle un tributo masivo en sus prolongados funerales. Una vez más tendremos el homenaje empalagoso de multitud de conductores de programas y de comentaristas, entono el mea culpa, y habrá epitetos ditirambincos sobre la cantidad de gente que ha acudido a despedirla. Multitudes. Las habrá . No olvidemos con todo que las colas para decir adiós a Franco daban vueltas a varias manzanas durante horas y más significativamente que cuando murió Stalin, una “perla” como político y como ser humano, la gente se agolpó de tal manera que hubo un par de avalanchas en las que murieron varias personas. Por otra parte, tantos organismos oficiales y particulares llevaron ramos de flores que esa fecha fallecía un músico muy conocido y laureado, ¿ Prokofiev?, y no quedó un ramo de flores en todo Moscú para que la familia pudiera llevarlo a su féretro. Da que pensar.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/244115/era-tan-excepcional