Es ‘buñueliana’ la sesión continua de nuestras teles, con adultos atrapados como aquellos personajes de ‘El Angel Exterminador’, sin poder salir del plató de televisión o del estudio de radio, obligados a hablar y no parar de hacerlo alrededor de un cadáver, que ni siquiera pueden ver.
Cualquiera diría, presenciando esta larga secuencia de días monótonos, iguales uno a otro, que la España que mañana será republicana ha cogido las fiebres monárquicas que vuelven azules los torrentes sanguíneos. Los mismos comentaristas que saetean a un rey ya caído, babean en loas de una reina poco amiga de España y abdicada a la fuerza por la vida.
Ocurre que la señal del fervor real de la BBC es gratuita y lo de hacer cola por los abanicos no es solo cosa almeriense. Las televisiones conocen bien la fábula de la hormiga y saben que vendrán días peores.
Como los que les ha tocado a HBO y su estreno de ‘Salvar al Rey’, un documental que había sido pergeñado en pleno fuego antimonárquico español pero que ha llegado a destiempo en plena euforia monárquica británica. Qué mala suerte ha tenido la productora Mandarina, la misma de Salsa Rosa, con este ‘bombazo’ a contrapié.
A qué poco sabe oír hoy al Rey Juan Carlos decirle “Te quiero mucho” a la vedette Bárbara. Hoy no cotizan nada los arrumacos borbónicos al lado de aquella otra frase del ya rey Carlos, en vida de la todavía no santificada Diana. “¡Quisiera ser tu tampax!” le dijo por teléfono a su amada Camilla.
De aquella pringue roja tan íntima a esta otra pública y en negro. Lo de Carlos III con la pluma estilográfica es un berrinche con tronío real. ¡Así es como yo quiero a un rey, que para sonrisas ya están los políticos milenials!
Este rey británico sabe muy bien que es mucho mejor mancharse de tinta que no de la sangre propia, como le ocurrió a Carlos I por culpa de su cabeza (Alec Guinnes en ‘Cromwell’).
Los británicos inventaron la monarquía parlamentaria y ahí los vemos aplicados, sacándole brillo a su democracia de luto. Mientras, los españoles embobados e indiferentes al entierro de la nuestra, rey incluido.
No comprendemos que la monarquía es una ficción, una tonta y sencilla ficción útil para intentar dominar la bestia colectiva que llevamos dentro. Como las que domaba Angel Cristo.
Aquellos que se proclaman republicanos con fervor se sienten ungidos por una gracia laica y desprecian a los monárquicos, por verlos atrasados, irracionales. Sin embargo, toda la cultura, incluida la política con sus instituciones son ficciones.
Por una tara personal desconocía la importancia de Javier Marías en el panorama literario y por ello me he tragado todo lo escrito sobre él. He aprendido que era anglófilo y huía del sainete, lo español berlanguiano.
Lo contrario a mi, porque yo he oído con pasión a Rocío Carrasco hace días y veo de una forma inexplicable a Ortega Cano como un Charles de luces y con la mala leche necesaria para ser nuestro nuevo rey, que inaugure una nueva dinastía monárquica española, para que dure como ha ocurrido en Gran Bretaña con los Estuardo, los Tudor, hasta los Windsor. Y ya vemos lo bien que están luciendo estos días, con su nueva reina como sacada de un bingo de Benidorm, su guaperillas venido a menos acusado de pedófilo y su alopécico heredero ...sorry.
Pero Berlanga ya nos regaló una buena dinastía, los Leguineche. Ahí está Pedro Sánchez que toma aire y repite a la velocidad locuaz de López Vázquez “clasemediatrabajadora”. Y a Yolanda Díaz, que tiene que devolver como Cassen en ‘Plácido’ la cesta de navidad imposible. Y a esa otra que nadie conoce, la de Justicia, en el mercadillo de Los Ángeles discu- tiendo del Poder Judicial en el puesto de las medias. No creo en reyes. Solo en Elvis, y en su maravillosa película, que me pilló ya de vacaciones y no la pude recomendar.
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