Como ya nada o casi nada me sorprende, no me parecería insólito o extravagante que alguna asociación o colectivo feminoide, salpimentado con el aderezo presupuestario de este penoso gobierno, organizase algún acto de repulsa o ajusticiamiento virtual del autor de la Venus de Willendorf. Me refiero a esa conocida obra que sin duda ustedes habrán visto en alguna ocasión y que representa a una mujer ubérrima, bien por un probable diagnóstico de esteatopigia, bien por un exceso de salacidad del tallista, concentrado en destacar las protuberancias de la modelo. Tal como podemos entenderlo hoy día -y de una manera más acusada en la última década- podríamos traducir esa escultura como un intolerable ataque a la dignidad de la mujer y una figuración propia del heteropatriarcado más rancio. No obstante, he de señalar con hondo dolor a la cofradía talibana que el responsable de esa obra, que actualmente se conserva en el Museo de Historia Natural de Viena, debe llevar muerto unos 25.000 años, sin que existan noticias de su paradero fúnebre que nos permitan celebrar un desentierro reivindicativo, ya que me refiero a una pieza datada en el Paleolítico. Nos podemos consolar, eso sí, con el hecho de que ya había un machismo atroz en el Paleolítico, etcétera.
Pero ya digo que nada me extraña y no descarto la aparición de un colectivo revisionista del arte que demande y exija la inmediata retirada de esa obra como insulto a la igualdad, lo que imagino que supondría un inmediato brote de idiotez contagiosa en las redes sociales, en donde se culparía a la derecha de haber promovido desde tiempos inmemoriales la sumisión estética de la mujer al canon falócrata. Eso, o cualquier otra majadería.
Y estoy pensando en estas cosas después de ver que el gobierno de España quiere aprovechar el 50º aniversario de la muerte de Picasso para plantear una revisión de su obra con perspectiva de género. Menos mal que tenemos un gobierno sensible con los temas de los que habla la gente en el metro. No es la primera vez que los psicodramas éticos y las obligaciones políticas de Sánchez hacen incurrir a sus gobiernos en el ridículo histórico. Recuerden cuando el amable y culto ministro Guirado (una malva entre un páramo de cardos borriqueros) sacó a la figura de Hernán Cortés del Plan de Acción Cultural en el Exterior de España para no ofender al gobierno de México y al trastornado orate que lo preside. Ahora, el actual responsable de Cultura, el danzarín Miquel Iceta, ya ha dicho que hay aspectos de la personalidad del universal artista malagueño (al que nuestros desvergonzados vecinos insisten en presentar como “pintor francés nacido en España”) que deben ser revisados y puestos en una perspectiva más actual. Y es que para todas estas adoratrices del discurso políticamente correcto, que un autor de talla universal como Picasso, que tantas veces ha servido como afiche y marca de la izquierda, fuera además un empedernido empotrador de señoras de todas las edades y razas, gran bebedor y taurino, es algo que no termina de encajar bien en el brumoso marco mental de esta nueva izquierda machihembrada. Pues anda que menudo era Picasso. Exactamente igual que el Fary, el primer cubista del amor, y nuevo objetivo de esta cohorte de sacerdotisas de la censura que deploran aquella maravillosa declaración suya sobre el “hombre blandengue”. Así que podemos ir preparándonos para una nueva ceremonia colectiva de cancelación de la realidad y la construcción de un personaje. No descartemos acabar descubriendo que las señoritas de Aviñón eran todas ecofeministas y antitaurinas de orientación fluida. Al tiempo.
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