Desconcertado por la feroz resistencia ucraniana a la invasión, Vladimir Putin refuerza su ofensiva: con una mano maneja la llave del gas para dejar helada a media Europa y obligarla a tolerar su invasión; con la otra, activa la movilización de trescientos mil soldados más para reforzar su hasta ahora ineficaz ejército. Al tiempo. ordena celebrar referéndums ilegales en las zonas ocupadas y desliza amenazas sobre el empleo de armas nucleares “tácticas” en zonas invadidas. A tomar en serio, según la OTAN.
No le va bien, de momento, en ningún frente, a excepción de lo más sencillo: cerrar los gaseoductos. Eso que no quiere decir que Putin esté liquidado; ni siquiera que vaya a perder los dramáticos desafíos que ha provocado. Está claro que Ucrania no se va a rendir y que Rusia no se puede retirar como derrotada. Pero por el camino, el jerarca sufre y sigue sorprendiéndose por contratiempos de los que no le advirtieron sus servicios secretos: lo que se presentó como una guerra relámpago, modelo “la de los seis días” en Oriente Medio. ya va por siete meses y no se le ve final. Lo que esperaba que fuera una quiebra interna de la Unión Europea se ha trocado en adhesión express de Suecia y Finlandia a la OTAN. Con Georgia y Moldavia llamando insistentemente a la puerta del club de defensa.
Peor aún: la orden de movilización de trescientos mil hombres, de la que esperaba una acogida patriótica, ha generado una desbandada general. No solo los ucranios, suecos, finlandeses y moldavos lo temen. Miles de hombres rusos, generalmente bien formados en sus escuelas técnicas y en universidades, huyen del país. Se agotaron los billetes aéreos y se forman colas kilométricas de coches hasta en la frontera con Mongolia. El propio portavoz del Kremlin, Dimiti Peskov, se ha referido a la “histeria generada en la población” reconociendo errores en la comunicación. Confiesa que tenían previsto un primer impacto emocional pero no que durara tantos días y, menos aún, que la gente tratara de salir de Rusia en tromba.
El problema es dónde ir. La Unión Europea tiene cerrados los visados a los rusos y los que entraron como turistas recurren a todo, incluidos matrimonios de mayor o menor conveniencia. Nadie desea volver a Rusia; y de allí quieren salir los que están en condiciones de edad, cultura y algún ahorro. Putin puede ganar territorios en esta contienda pero está generando una descapitalización de talento evidente en su país.
Inesperadamente, o no tanto, le han salido algunos aliados europeos. El ministro de Exteriores húngaro se reunió en la ONU con su homólogo ruso Lavrov rompiendo el bloqueo europeo. Berlusconi revolucionó el final de la campaña electoral italiana declarando que Putin debe ocupar Kiev, la capital ucraniana, y echar a Zelensky. Forma parte del frente de derecha con Matteo Salvini, que critica a Úrsula von der Leyen, y con Giorgia Meloni, probable nueva primera ministra y enemiga del euro. La crisis política italiana de los últimos veinte años puede desembocar en un gobierno de derecha extrema que se sume a lo que acaba de pasar en Suecia. Malos tiempos para esos países y para la Unión Europea.
El profesor Manuel Castells explica ese ascenso de los ultraconservadores por dos razones: el incremento del miedo a la inmigración y a la violencia y, por otro lado, al enorme desprestigio de las instituciones políticas, especialmente los jóvenes. Riesgo de borrascas con fuertes granizadas.
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