Brindo por las mujeres iraníes, que se han rebelado contra la tiranía de una religión que las obliga a llevar un velo que se cierne sobre sus cabellos como el cilicio visible de otra época. Las aguerridas mujeres de Irán se han echado a la calle para desafiar a los ayatolás y a los imanes de las mezquitas y a la Gasht-e Ershad, la conocida policía moral que vaga por las calles en busca del pecado. A muchas las están matando, porque no cumplen con las normas de la teocracia, con los ritos machistas que contradicen los cimientos de una anhelada democracia liberal: igualdad y libertad.
Cayetana Álvarez de Toledo realizaba el otro día en El Mundo una fabulosa entrevista a la activista somalí de los derechos humanos Ayaan Hirsi Ali, quien decía: “Abogo por la reforma del islam, hay cada vez más musulmanes que rechazan la sharia, la yihad, la cultura de la muerte y la obediencia acrítica a Mahoma. O separamos la religión de la política o al final todos los musulmanes se volverán agnósticos, incluso ateos, o migrarán a otra religión”.
La propia activista distingue “entre musulmanes y el islam, entre personas e ideas; por supuesto no todos son fanáticos ni misóginos ni violentos. La inmensa mayoría son pacíficos y tolerantes. Otra cosa es el islam”. Conste que yo tengo buenos amigos musulmanes y que la religión me parece muy respetable siempre y cuando no actúe en contra de los derechos y libertades de las personas.
La rebelión de las iraníes, acompañadas en sus protestas por miles de hombres, significa un seísmo en los países islámicos. De proporciones coránicas, permítanme la broma. Porque, al fin, el feminismo amazónico, como dice Cayetana, percute en la sociedad para rescatar a las mujeres de la ignominia y al mismo tiempo decirles a los tiránicos gobernantes de aquel país –y de otras naciones próximas con regímenes fundamentalistas opresivos- que la religión (cualquiera) no debe interferir jamás en la política.
Mientras, en Occidente, nuestros conspicuos dirigentes miran hacia otro lado o se esconden bajo balbuceantes declaraciones para no molestar al régimen iraní. Váyanse al carajo con todas las letras. Son los mismos mandatarios a los que se les llena la boca con palabras como feminismo e igualdad y que ahora se muestran incapaces de apoyar a las rebeldes persas que, con dignidad y orgullo, están dando una lección al mundo entero luchando clamorosa y heroicamente contra la injusticia y arriesgando sus vidas por la sacrosanta causa de la libertad. Es el feminismo más puro, cálido y audaz en tiempos de inanes supercherías.
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