Uno lleva cierta experiencia a sus espaldas, casi 35 años, trabajando en Servicios Sociales y ello le da una cierta visión del panorama que existe a nuestro alrededor, pero también una forma de detectar situaciones que aparecen nuevas, que llaman la atención.
Así me ocurrió hace unos días al acudir a un frecuentado supermercado de la zona, en la puerta había una mujer frágil de aspecto y débil en sus formas, me llamó la atención porque no era alguien habitual y porque su aspecto y sus maneras al dirigirse a la gente no eran las normales y habituales en estos casos
Pedía comida para sus hijos, concretamente leche y algún alimento básico en concreto, la observé de lejos un rato y sus formas no eran las habituales. Pregunta a una cajera, de forma discreta y confidencial, presentándome, si la conocía y me dijo que no.
Una vez fuera, la continúe mirando tenía una bolsa pequeña con alimentos que le habían dado y algo mas fuera de ella, al darle una persona una botella de leche y marcharse, ella se fue a un rincón sin que la viesen, se puso en cuclillas y con las manos en la cara y comenzó a llorar. Me dirigí hacia esta mujer y me presenté. Me contó que pedía para sus hijos de 5 y 7 años, que no tenía a penas para darles de comer, que con esa edad no entendían que si había en casa dos botellas de leche, no podía darle más de un vaso.
Le pregunte si estaba empadronada en Almería, y efectivamente era nacida aquí y empadronada en un barrio próximo, cerca de la Plaza del Quemadero, la orienté a los servicios sociales municipales de la zona, ya había estado en Caritas de Los Franciscanos y en la pequeña oficina que tienen en la Fuentecica, allí le estaban ayudando, con algún alimento de forma esporádica e iban a ayudarle con el economato que Caritas Diocesana tiene, también le habían dicho de tratar de ayudarle a pagar algún recibo que debía.
Paga una hipoteca de poco mas de 200 euros por su piso, me afirmaba ella, y que no era mucho pero cuando no tenía nada, pues no llegaba. Carmen Mari había estado trabajando hasta Septiembre en un restaurante en la zona de Aguadulce, que ya había cerrado tras la época estival y que había tenido un contacto para poder trabajar pronto en otro sitio , pero nada seguro.
También había acudido a Cruz Roja y al comedor de “La Milagrosa”. Le dije que no le diese vergüenza y que fuese a los servicios municipales de la zona y le indique la dirección y que también hablase con el colegio donde tenía a sus hijos para que le diesen a ellos la comida, al menos de lunes a viernes, que no tuviese vergüenza y se moviese a todos esos sitios, ella me contesto: “que no tenía vergüenza, tenía dolor, pero vergüenza ninguna, vergüenza seria robar o cometer un delito, pero no por pedir comida para sus hijos”
Y dirán, porque me cuentan a mi todo esto, pues para visibilizar a estas personas anónimas que tenemos en los barrios obreros y humildes de nuestra ciudad, que cada vez proliferan mas, personas llamadas “normales”, familias que lo están pasando muy mal, que no tienen para pagar lo mínimo de su casa y para alimentar a sus hijos. Que se quedan sin trabajo y no encuentran y lo que antes era vivir el día a día, ahora se ha convertido en una lucha por la supervivencia.
Tod@s debemos ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor, no hacer como el avestruz y meter la cabeza en la tierra para no ver y a los que tiene en su mano la toma de decisiones, que tomen urgente carta en el asunto. Que no ocurra como ella me dijo: “al final de todo siempre es la Iglesia la que está allí para ayudar a las personas”
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