La misteriosa campana de la Aurora

“Arrebató de un manotazo al auroro la campanilla que dirigía el compás“

José Luis Masegosa
09:00 • 24 oct. 2022

Corre este otoño incierto como una asustadiza presa tras la segunda quincena de octubre. En algunas latitudes, duerme la climatología como hechizada por un mal genérico que muchos no quieren reconocer aunque las manifestaciones climáticas asombran por doquier. Vivimos ayer el tercer domingo de octubre. Un mes que, pese a la anómala climatología, ha comenzado a desnudar impúdicamente los árboles de nuestro entorno, mientras las tapices amarillentos del campo demudan sus tonos por el incipiente verde que aflora con las primeras y tímidas lluvias de otoño. Habitamos en un tiempo de ocres, de pasteles y de satinados con los que la naturaleza pincela a placer los más exquisitos retratos. En este décimo mes del año, las nómadas aves -cada vez menos a causa del evidente cambio del clima-  inician su viaje con retorno a paisajes más cálidos y con mayor abundancia de alimentos.



Es octubre octubre, como aquel de Orwell, y cada tiempo y cada lugar guardan como un tesoro sus costumbres y sus tradiciones. “El demonio a la oreja te está diciendo/ no vayas al rosario sigue durmiendo/ viva María, viva el rosario/ viva santo Domingo que lo ha fundado”. Cantan al amanecer las mujeres y hombres que conforman la comitiva del Rosario de la Aurora que, como todos los octubres, despierta al día las calles de mí pueblo y de otras localidades de nuestra  provincia, en una sucesión interminable de herencias transmitidas. Estas manifestaciones  se remontan a los ancestros de cada pueblo, de cada rincón, de cada vecino que  no ha querido vaciar las alforjas de usos y tradiciones, asumidos con un compromiso ineludible de proyección, de prolongación más allá del tiempo, de los días y de los años.



Son las melodías tradicionales con las que los “auroros”, miembros de las hermandades del Rosario, despiertan a los vecinos en pueblos y ciudades, al tiempo que les invitan a participar en el Rosario que se reza al alba. Estas coplas, que tienen mucho que ver con las auroras  murcianas y levantinas, siempre se acompañaban con música de cuerda y de percusión, sobre todo con una campanilla de bronce que determinaba el ritmo de manera acompasada.



Pese a que nadie cuestiona la bondad del ejercicio y las intenciones de los auroros o “despertadores”, no siempre se ha entendido así, sobre todo por trasnochadores y  noctivagos, a quienes cualquier sonido que altere su tiempo de sueño les resulta molesto y, cuando menos, desagradable. Me dicen que en esta edición se han ausentado los cohetes matutinos que suenan a pólvora festiva cuando el alba duerme aún sus últimas horas, al parecer por la supuesta incomodidad de un vecino extranjero.



Cuentan en cuento que en uno de estos pueblos de rancia tradición, donde brillan las auroras y los rosarios, en plena función callejera, sin haber mediado el tercer misterio, un iracundo discípulo de Morfeo, tocado de ajuar de sueño, irrumpió en la comitiva y arrebató de un manotazo al auroro la campanilla que dirigía el compás, al tiempo que la lanzó con tal potencia que fue a parar al tejado de una ermita abandonada, donde quedose incrustada. Increpado por los fieles, el dormilón cabreado hubo de escapar a los improperios y reproches del cortejo. Tras denodados esfuerzos de los hermanos auroros por rescatar tan preciado instrumento, todos resultaron inútiles, pues la adherencia conseguida por el bronce  impidió su extracción de la  obra de cubierta del santuario Ante  tan misterioso acontecimiento, autoridades civiles y eclesiásticas atendieron la petición de los hermanos del Rosario y dejaron la campana en el lugar donde cayó. La capilla se dedicó a la Virgen de la Aurora. Ahora, muchas décadas después, dicen los vecinos que cada amanecer del mes de octubre la campana de la Aurora tañe sola.






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