Nana para dormir felinos

Sólo quien comparte la vida con un animal sabe que tal compañía es un privilegio, y si es con un felino dicho privilegio se incrementa sobremanera. El minino ha pasado de tener la consideración de una divinidad en la antigüedad a ser el compañero preferido en la actualidad. Numerosos ilustres de diferentes campos y ámbitos han gozado de la inestimable compañía de su gato, a quien el propio Borges definió como un tigre cotidiano.

No es de extrañar, por tanto, que este doméstico bigotudo sea el animal que más celebraciones y homenajes recibe al cabo del año, hasta tres jornadas  dedica el calendario de nuestro tiempo al Día Internacional del Gato: el 20 de febrero –conmemora la muerte de Socks, un gato de la familia del ex presidente Clinton, cuyos seguidores lo propusieron en las redes y, al menos para ellos, así quedó establecido-; el 8 de agosto es el día en el que el Fondo Internacional para el Bienestar Animal acordó dedicarlo al Gato, pero la más lógica y extendida fecha considerada es la del pasado sábado, 29 de octubre, día en el que una  reconocida proteccionista fijó como jornada de reflexión para que el ser humano preste más atención a los gatos callejeros y promueva su adopción.

Precisamente, esta celebración me ha llevado a rememorar la génesis de Moísés, un rojizo ejemplar europeo, de ojos melosos, ávido e inteligente, sagaz y caprichoso, cuya compañía añoro en la obligada distancia. Moisés es el único hijo de Blanquita, su madre, al que un día de tormenta primaveral, cuando el cachorro apenas contaba dos días de vida, abrazó con sus fauces para librarlo del agua torrencial que inundaba el huerto que cobijaba a su  corta familia y lo depositó a los pies del sillón en  el que descansaba este sorprendido ciudadano que suscribe. Va para más de año y medio. Desde entonces el avieso felino es el rey de la mansión que nos acoge. Su historia es propia de una nana para dormir felinos.