La eterna indolencia del ‘agustico’ almeriense

Los almerienses nos mantenemos fieles a una de las actitudes históricamente cultivadas

Antonio Fernández
09:00 • 02 nov. 2022

Cuando a los asturianos les tocaron la minería, sector fuerte y generador de empleo, las calles se llenaron de ciudadanos. Si los vascos veían en riesgo su industria o sus altos hornos, guerra en las calles, protestas virulentas. Tras la tragedia del Prestige en las costas de Galicia los gallegos fueron capaces de movilizar a media España para hacer frente al horror. Cuando los granadinos o los murcianos vieron retrasarse los proyectos de mejora de su red ferroviaria, o no cumplirse las expectativas, decenas de miles de personas salieron a las calles, a las obras o a las vías del tren.



Son sólo algunos ejemplos de cómo los ciudadanos son capaces de poner ‘pie en pared’ para reivindicar todo aquello que podía suponerles un perjuicio en lo económico, en lo social, lo laboral o lo ambiental, pero que se repiten constantemente por todo el país. Hasta los de Teruel fueron capaces de acuñar aquel ‘Teruel Existe’ que se hizo viral, pese a que entonces no había tantas redes sociales, y su voz se escuchó en toda España.



Y mientras tanto los almerienses, sometidos un año si y otro también a los recortes, condenados a ver cómo las oportunidades pasan de largo, nos mantenemos fieles a una de las características ancestrales a la hora de afrontar la vida, esa posición que se basa en una única palabra para responder a la pregunta ¿cómo estás? La respuesta en un muy alto porcentaje de casos es simplemente “agustico”.



Supongo que es la consecuencia de los síndromes “sofá y mantita” o el de la “mesa camilla”, suficientemente atractivos como para mantener a los almerienses en una enorme zona de confort que les impide movilizarse, organizarse y hacer patente el descontento por la escasa atención que reciben por parte de administraciones y gobiernos.



Sólo así puede explicarse que la sucesión ininterrumpida de compromisos en materia de obras e inversiones no tenga, a día de hoy, la respuesta que probablemente si tendrían en otros territorios que, mejor dotados que el nuestro, se ponen en marcha para protestar, denunciar y presionar a quienes tienen el poder de hacer que los compromisos se cumplan en plazos lo suficientemente razonables como para hacernos pensar que están en ello.



Me temo que perdemos demasiado tiempo con guerras que, sin ambages, calificaría como estúpidas e inútiles. El que gobierna no siente la presión de los almerienses, el que está en la oposición se dedica a demoler la posición del que gobierna, sin que su frágil memoria tenga la decencia de recordarles que, en su momento, sus políticas fueron similares.



Todo ello se escenifica en cuestiones tan básicas como las comunicaciones, infraestructuras que no sólo sirven para que los almerienses tengamos puertas abiertas el resto del mundo, sino que en ellas debería descansar el concepto de competitividad al que tantas veces se hace referencia. Hace unos días los senadores del PP presentaban unos datos irrefutables de las inversiones en el AVE Almería-Murcia que indican que en los cuatro últimos años se han presupuestado 1.200 millones de euros, pero hasta este pasado verano sólo se habían ejecutado ni 200.



Loable ejercicio matemático para evaluar las cifras del Gobierno Sánchez pero que se queda a medio camino porque en los tiempos del Gobierno del PP tal proporción entre presupuesto y gasto real fue muy similar, incluso inferior porque se permitieron el ‘lujo’ de dejar pasar nada más y nada menos que siete años (añazos, diría) sin realizar más obra que un tapiado inmisericorde de los túneles de Sorbas.


Es curioso salir de Almería y encontrar en gentes ajenas a la provincia el convencimiento de que nuestra provincia cuenta con pésimas comunicaciones, en Madrid, en Barcelona, en Valencia, en París o en Bruselas existe de hecho la impresión de que estamos muy lejos de todas partes, que un par de vuelos diarios son un escarnio, que un tren con Madrid y otro con Sevilla rozan el esperpento comunicativo.


Fuimos los últimos andaluces en estar conectados con la Autovía del 92, seremos los últimos en contar con un ferrocarril medianamente digno, somos el único puerto de Interés General sin conexión con el ferrocarril, a pesar de tener las vías a escasos 400 metros, los accesos desde la autovía al puerto se estudian desde hace más de una década y así sucesivamente. Sólo apuntar que en una provincia de alto déficit hídrico, con los trasvases suspendidos por escasez de recursos en los pantanos del Tajo o del Negratín, llevamos más de una década esperando que alguien repare la desaladora de Villaricos que nos aportaría mucha más agua de la que llega del Tajo (y en esa década han estado en el sillón del poder populares, socialistas y sus socios).


Llegan las elecciones, se suceden las promesas, se dan nuevas fechas, se alargan los plazos, da la impresión de que sin más rigor que el deseo de aplacar los ánimos. Y en ese escenario los almerienses ¿qué? Pues fácil, ‘agustico’, y así nos va.


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