Disfrutar con el mal ajeno no debe de ser bueno para la salud. Meta, el último juguete del niñato Zeta, comienza a escacharrarse y su compañía pierde millones a espuertas. El peligroso Trump no parece haber ganado lo que quería en las elecciones de mitad de legislatura y ojalá lo aparten para siempre de la esfera política. La Ayuso se pasa tres capitales en Madrid más ‘trumpiana’ que nunca y el emérito ‘podemense’ se une a ella y hace el ridículo usando lenguaje ‘putiniano’ de afrentas históricas. No debe ser saludable desearle el mal ajeno a nadie, pero si este se llama Putin puede que valga la pena correr ese riesgo para la salud.
Este trimestre les enseño a mis alumnos los conceptos alma y cuerpo; cómo se han llevado bien y mal a lo largo de la historia. Cuando el alma comenzó a declinar en la historia del pensamiento llegó Nietzsche y se adelantó a Los Del Río. “Dale a tu cuerpo alegría” (Macarena dixit). Así estamos muchos humanos a cierta edad, en debate si cuidar el alma o cuidar el cuerpo. De la primera, se sospecha que no existe, que es una ficción pasajera, la más transgénero de todas. Del segundo, pues que no te pertenece más que a los gusanos. Hacerte mayor es darte cuenta de que tu cuerpo no es tuyo, no lo controlas y cuando quieren se emancipan sus átomos rumbo a otras galaxias. No te preocupes, tienes tiempo para darte cuenta, desde que te sale el primer acné y se te comienza a caer el pelo hasta que te conviertes en el burócrata de lo que circula por tus conductos. Me he comprado un tensiómetro y estoy como en la mañana de Reyes Magos, no se aún si con ello mediré mi cuerpo o mi alma. Mientras, intentaré disfrutar con calma del ridículo ajeno.
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