La noche

La noche

Pedro García Cazorla
01:00 • 25 mar. 2012
Nadie recordaba como aquel piano de cola había llegado hasta el bar de Sandalio El Tuerto, ni siquiera el mismo, y nadie que se dejara caer por aquel antro, podía evitar preguntarse al mirarlo, reluciente y con aquel aire solemne, sí alguna vez llegó a sonar entre aquellas cuatro paredes.
La vocación cantinera y al hospedaje le venía a Sandalio de familia, sus padres ya regentaba una tasca junto a las higueras de la rambla alta en las afueras del pueblo. Por la misma ley que yo sería mecánico como mi padre, mi amigo acabaría de camarero, pero las letras de nuestro destino a veces se tuercen.
Sandalio y sus sueños de ser marinero languidecían detrás de la barra de uralita, por eso rellenó un boleto de Anís El Mono y participó en un sorteo de un viaje alrededor del mundo, fue agraciado con aquel regalo caído del cielo. Él no contó lo del premio, dejó una carta de despedida encima de la cama, que yo tuve que leer a su madre mientras sollozaba y el padre lo maldecía.
Así fue como Sandalio desapareció de nuestras vidas, hasta llegar a olvidarlo. Hace dos años, una tarde cuando iba a echar la persiana del taller, llegó un hombre con un parche negro de pirata, venía con una Harley de las auténticas y pidió que cambiara el aceite. Una cicatriz profunda cruzaba todo su rostro, que lucía una nariz deformada como la de los boxeadores. Estuvimos muchas horas aburridos, sentados uno junto al otro en aquellos duros bancos del colegio, como para no reconocerlo.
Él también sabía que era yo, aunque se limitó a preguntar, cuanto debía. A mis amigos no les cobró, dije ante de limpiarme mi mano negra como su parche y noté por la piel suave de su mano que Sandalio no tuvo tan mala vida, como predijo el cantinero.
Alguna vez que otra, vengo hasta La Noche, bar y hospedería para gente como su dueño, Sandalio El Tuerto, que han estado en todas las partes y pero nunca conoces de donde vienen y a que se dedican. En el pueblo dicen que es una guarida de asesinos a sueldo, que después de cada trabajo vienen a descansar, traficantes de diamantes, expoliadores de tesoros, ralea de criminales que aquí encuentran refugio. A Sandalio no lo quieren, pero él gasta su dinero con ellos y así compra su silencio.
Yo estaba en la barra hablando con Sandalio. El Caimán, un indio peruano callado y mortífero, jugaba al billar sólo y el gigante de Vladimiro, vigilaba la puerta y cubría al Tuerto, más que un jefe, su amo espiritual según sus propias palabras. Y la mujer masai, echaba otra partida de ajedrez con su hermano gemelo, El Hombre Pantera.
Amanecía entre las sombras de las higueras que cubrían el porche y Vladimiro, aguzo los sentidos, unos pies de mujer pisaban la tierra mojada por la lluvia.
-Eres bienvenida China, exclamó Sandalio guiñando su ojo sano a Vladimiro.
La mujer tenía también un parche negro en el ojo izquierdo y Sandalio en el derecho, hacían una extraña pareja.
- Cuando perdiste tu ojo ya dije que volvería a tu tierra, los tuertos del ojo derecho buscan su pasado, los del izquierdo el futuro.
-¿Dónde está el presente China? Preguntó Sandalio.
La tuerta fue hasta el piano levantó la tapa, al coger la pistola una nota triste brotó de las teclas amarillentas y cinco balas tumbaron a Vladimiro, la última a Sandalio, que acababa de averiguar donde estaba el presente.






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