Carta de amor

Era pobre, negra, extranjera y dominicana.  Tan pobre como los pobres que ayer conmemoraron  su jornada mundial, instituida por el papa Francisco. Apenas llevaba cuatro semanas en nuestro país cuando, tras ser despedida de la casa donde trabajaba por no saber qué era un grifo, aquella mujer dominicana, de 32 años, sólo pudo pronunciar una frase antes de expirar: “vine  a morir a España”. Y murió aquel 13 de noviembre de 1992 abatida por dos balazos del guardia civil Luis Merino –prestaba servicio en la 111 Comandancia de Madrid-, quien acompañado por otros tres menores, todos neonazis, decidieron desplazarse a la abandonada discoteca Four Roses, en el barrio de Aravaca, ocupada por un grupo de migrantes dominicanos que a esa hora de la noche compartían en torno a una fogata una suerte de sopa caliente, con la intención de asustar a los reunidos. Los cuatro encapuchados vestidos con ropa negra penetraron en la antigua discoteca y dispararon tres tiros contra las personas que se encontraban en el interior. Lucrecia Pérez fue alcanzada por dos de los disparos, muriendo en el acto. El tercer disparo alcanzó a otro migrante, Augusto César Vargas.

En junio de 1994, cuando comenzaba el juicio por este vil asesinato, el primero por delito de odio y racismo en nuestro país, una voz del Sur, Carlos Cano, sensible como nadie ante la desigualdad, la injusticia y la discriminación, concluía su “Canción para Lucrecia”, incluida en el disco “Forma de ser”, acaso la canción que mejor describe lo que este asesinato significó para nuestra sociedad. En aquellos días, el autor de este homenaje a Lucrecia y a todas las personas que sufren persecución por la pigmentación de su piel o por la pertenencia a otra cultura, mostraba a sus amigos más cercanos la mayor indignación e impotencia por este execrable crimen. Ahora que se cumple el 30 aniversario del mismo, no está de más volver a escuchar y reflexionar acerca de esta carta de amor para Lucrecia y que llegue a su país en semilla de flor.