Días de otoño

Coronado el ecuador de este flagelante noviembre, el otoño parece casi invierno. El leve amarillo de las alamedas desnudas vela los tímidos vuelos de los pinzones en estos días caídos de un otoño que abaten los vientos. En días como hoy, noviembre humilde del crepúsculo olvidadizo busca en la floresta la agonía sepia de la vida, la que retratan los robledales y olmos de nuestros valles. En días como hoy, cuando el suspiro se reviste de ausencias y los idus de otoño preludian la cercanía del invierno,  la tierra duerme yerma su elegía sobre rastrojos a la espera de abrazar las semillas en las perezosas sementeras.

Este noviembre, como todos los noviembres, escribe el dueto antagónico de la muerte y de la vida, pero han mermado estampas y costumbres; las castañas asadas parecen fruto de encargo, los campanarios enmudecen y no regalan su cotidiano din-don.  Y la muerte, dormida y silente, reinante en los camposantos, asediada por la vida de las flores y las plantas que quieren vestir cementerios de espigas de esperanza, tras un reguero de lágrimas y de recuerdos.

En este tiempo de naturaleza dura y bruñido nocturno, los usos, tradiciones y costumbres ya no fluyen como antaño en diferentes manifestaciones: José Zorrilla resucitaba los escenarios de la geografía patria con el sempiterno don Juan Tenorio, al igual que  Espronceda paseaba entre bambalinas al Estudiante de Salamanca. Releída la cartelera de las tablas de España, apenas si hallamos rastro de estas representaciones que principiaban el mes que abrochará San Andrés.

Es otoño en invierno, o tal vez al revés. Un otoño semejante al invierno donde las sombras de las nubes corren veloces por los yermos campos, cuando en las ciudades importan extranjerías, visten de color los días y pintan el viernes de negro consumista como aperitivo de la locura navideña que nos vendrá. El brillo del crepúsculo pregona que este día de noviembre ha terminado, pero aún es de día y su cielo de otoño resguarda su espejo en mi retina. Son días de otoño.