Todas las tardes, cuando se aproxima el crespúsculo incierto del entorno en que habitamos –porque vivir es mucho pedir-, como sombras chinescas que vagan perdidas bajo la incipiente luz de las farolas, cientos, miles de sin techo, que no tienen la suerte de haber dado con algún albergue para transeúntes, buscan cobijo en el más insospechado cobertizo, bajo marquesinas, en los cajeros automáticos, al amparo de cualquier árbol anónimo, en los repechos de monumentos y edificios, o sobre la complaciente superficie de los bancos urbanos de nuestros parques y jardines. Son los indigentes, hijos de la noche que a diario certifican que ser pobre, además de un infortunio, es un marchamo que te crea un sambenito con el que has de convivir para los restos y que coarta la libertad de cualquier ser humano. A veces no van solos, el hambre y las carencias germinan por igual la solidaridad y el odio. Pareciera que las penas compartidas son menos, y en ese desventurado camino de la indigencia se hacen muchas compañías, no solo del género humano sino del reino animal. La raza canina es la que más preferencias despierta, sin reparar en pedigrís. Los perros de los indigentes aprenden con más rapidez que sus congéneres, privilegiados mascotas que comen a mesa y mantel.
Alguien me dijo una vez que estas cotidianas estampas de la pobreza conforman un poema que no tiembla en las calles. Y es cierto, la insensibilidad hacia los demás, hacia el otro, es cada día mayor. Que se lo pregunten a los políticos del consistorio de la capital del reino que hace algún tiempo parieron la feliz idea de dividir en dos los asientos de los bancos urbanos para que ningún maltrecho cuerpo humano pudiera acomodarse en tan “confortable lecho”. O bien reflexionemos acerca de las actuaciones institucionales que persiguen esconder, cuan apestados, a los titulares de la indigencia porque afean nuestra imagen y molestan al turismo. El silencio ante estas tropelías nos hará cómplices de la injusticia más descarnada que escribe la vida de estos hijos del crepúsculo.
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