De dioses a animales

En esta era de la digitalización las grandes víctimas son la verdad y la reflexión. El consumo bulímico de información nos asemeja al hámster en la noria. Hemos sacrificado el análisis en beneficio de tuis que están menoscabando la democracia. E iremos a peor si no somos conscientes del mundo que estamos creando bajo el paraguas de un progreso mal entendido.

Negar la evidencia de los avances tecnológicos es ocioso, pero subrayar su preeminencia sobre el ser humano resulta de todo punto excesivo. Nos absorbe la recompensa inmediata que nos concede el “me gusta” de las redes sociales y la mensajería instantánea. La dopamina ha contaminado parcelas hasta hace poco infranqueables, como la vigencia e importancia de la información política. 

Las cocinas electorales de los Gobiernos han asumido que una noticia suplanta a la previa y que los ciudadanos somos comparsas de un sistema basado en la desmemoria de sus miembros. Estos se convierten –nos convertimos-, automáticamente, en animales cuya retentiva llega a la semana anterior, de modo que ejecutarán con antelación a las elecciones ciertas barrabasadas porque el animalizado individuo carecerá de memoria para castigar al gobernante de turno. ¿Se acuerdan de cuando los políticos dimitían? Queda tan lejano…

Está en juego la calidad de la democracia y, por tanto, la de cada uno de nosotros como ciudadanos libres y bien humanos. Porque la animalización del homo sapiens que se está perpetrando –de dioses a animales, contraviniendo el título del libro de Yuval Harari- significa vaciarnos de inteligencia, de racionalidad, y llenarnos en su lugar de sentimientos y emociones como mimosas mascotas. Es nuestro deber rebelarnos ante la manipulación y exigir a nuestros representantes un comportamiento ético, lo cual nos devolverá la humanidad que pretenden liquidar sin contemplación estos tipos inflados de arrogancia y desdén.