¿Quiere Vox que El Ejido se vuelva a incendiar?

Carta del director

Celebración de la victoria de Marruecos en El Ejido.
Celebración de la victoria de Marruecos en El Ejido. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
20:30 • 10 dic. 2022 / actualizado a las 20:32 • 10 dic. 2022

Pocos minutos después de que Marruecos alcanzara por primera vez en su historia futbolística el pase a los octavos de un Mundial, centenares de magrebíes salieron a las calles de El Ejido para celebrarlo. El fútbol, esa alegría que duele, como lo definió el charrúa Galeano, les congregó movidos por la emoción de una victoria inesperada. No hubo ni un solo incidente.



Pocas horas después de aquella fiesta, Rocío de Meer, diputada de Vox por Almería, subía a las redes sociales un video de esa celebración acompañado por un texto en el que podía leerse: “No es Marrakech, es la calle Manolo Escobar de El Ejido (Almería) celebrando el partido #BELMAR Y el multiculturalismo es exactamente esto. Un fracaso”. Fin de la cita. Pocas veces 19 segundos de imágenes tan llenas de euforia como vacías del más mínimo gesto vandálico, fueron tan intencionadamente instrumentalizadas por 24 palabras cargadas de demagogia incendiaria.



Buscar similitudes entre El Ejido y Marruecos es poner la geografía al servicio de la ideología. Que miles de marroquíes trabajen- no lo olviden: trabajen- en los invernaderos o almacenes del poniente no convierte a esa formidable geografía en territorio magrebí. Aludir a un inexistente multiculturalismo en esa comarca es construir un desfiladero falso por el que hacer llegar el racismo y la xenofobia a un territorio que, pese a los problemas que la convivencia entre distintas culturas provoca, está transcurriendo con una razonable normalidad.  



Nadie dijo nunca que la integración laboral, social y cultural de miles de personas llegadas desde otros países estuviera llena de contradicciones indeseadas. Si convivir con los vecinos que comparten calle resulta a veces difícil, no va a ser menos hacerlo con quienes hablan otra lengua, rezan a otro dios o practican otra cultura llegados desde otro continente.



Desde que el partido de Abascal comenzó a posicionarse con fuerza en la política española, El Ejido ha sido uno de sus estandartes más deseados. Los excelentes resultados cosechados bajo los invernaderos, en las naves agrícolas o en los despachos, situaron al municipio en una posición privilegiada desde la que organizar la quimera de reconquistar el imperio perdido. La presencia de inmigrantes fue la mejor munición para iniciar entonces la ofensiva y hoy es ya la única bandera- el desinterés por la gestión de los problemas locales de sus concejales en toda la provincia les ha sumido en la irrelevancia- bajo la que convocar a quienes son incapaces de comprender que los inmigrantes forman parte- solo una parte, sí, pero parte al cabo- del proceso productivo y de desarrollo que ha situado la provincia en el lugar privilegiado que hoy ocupa en la industria agroalimentaria europea.  



El inmigrante no es una máquina a la que llevar y traer al invernadero o a los almacenes. Es una persona. Un ser humano que, como el Shyloch de Shakespeare en ‘El Mercader de Venecia’, “¿no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades, no se cuida con iguales medicinas, no tiene calor en verano, y frío en invierno, que los que nacieron aquí? Si le pinchan, ¿no sangran? ¿No se ríen si les hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan?”. Este monólogo lo escribió Shakespeare hace cinco siglos y, aunque en la trama quien lo protagoniza es judío, es asumible por cualquier ser humano en cualquier parte del mundo.



Desconozco si la diputada de Vox conoce la obra de Shakespeare. De lo que no hay duda es de que no está de acuerdo con el principio de sentimientos, alegrías y sufrimientos compartidos que, tan brillantemente, argumenta Shylock. Los inmigrantes, para ella y para su partido, son distintos y, como hijos de un dios menor, hasta les niega el derecho a compartir la felicidad efímera de la victoria en un campo de fútbol. De su tweet se deduce que a la expresión pública de la felicidad, el gozo y a la alegría solo tienen derecho los que nacieron a este lado del Estrecho; a los que llegaron desde la otra orilla solo se les concede la posibilidad de trabajar con la obligación de recluirse en casa el resto del tiempo.  



Para Vox exteriorizar la alegría con banderas y canticos a una calle de El Ejido es un atentado a la identidad, una agresión a la independencia y un insulto a la españolidad del municipio, en definitiva: la conversión de una ciudad europea en un territorio africano. ¡Que disparate y cuanta xenofobia!


La irracionalidad intolerante que convirtió en aquellos días tristes de principios de siglo a El Ejido en argumento de apertura de telediarios y periódicos de todo el mundo se ha visto felizmente superada por la realidad de una comarca que es mirada y admirada por su capacidad innovadora, su vocación de emprendimiento y su realidad de integración social. Con problemas- ¿qué proceso de crecimiento acelerado no los tiene? -, pero las luces superan, y con mucho, a las sombras.


El pasado martes el vomitorio de las redes sociales quisieron incendiar el ambiente y convertir las calles de El Ejido en un tumultuoso río revuelto en el que los buscadores de votos pudieran pescar. No lo consiguieron. Marruecos ganó a España y, aunque su alegría llevaba como compañera  inseparable nuestra decepción, españoles y marroquíes se comportaron en toda la geografía almeriense con el respeto a que obliga la mesura en la victoria y la elegante aceptación en la derrota. Así se hace una provincia y así se hace cada día un país.  


Llevar la bandera como adorno permanente está bien, pero quienes quieren a la tierra que les vio nacer no deberían olvidar que, como canta el verso, el patriotismo, cuando es sentío, se lleva en el corazón y no en el color del vestío.



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