Dos noticias me invitan a ocuparme del mar. La más reciente, las críticas a Avatar: el sentido del agua por usar delfines en cautividad para su presentación. Algo fuera de lugar, cuando estás vendiendo que es una oda a la conservación de los mares.
A la par, en Berlín estallaba el acuario de un hotel, derramando un millón de litros de agua y la friolera de 800 especies diferentes de peces. Una estructura pensada para hacerte sentir que nadas en el fondo del mar.
Unidas me sugieren la desaparición de las instalaciones donde se mantienen en cautividad a muchos seres vivos, dícese acuarios, delfinarios, zoológicos, o cualquier otro eufemismo que utilicen para encubrir el beneficio económico, con el lustre de la educación y la ciencia.
Cameron, con el 3D, ha conseguido mostrarnos el paraíso de Pandora sin necesidad de capturar ningún ser vivo. Para muchos no será lo mismo, aunque cuando los tienen delante los miran a través de su pantalla. Para mí puede ser mejor, y el mensaje que lanzamos a la sociedad es diferente.
La tecnología nos puede hacer vivir emociones, sensaciones, vivencias, que se asemejarán más a la realidad que ver animales domesticados, que solo sobreviven a la rutina, a la desidia y al aburrimiento. Algunos morirán sin haber vivido en libertad.
Usar delfines cautivos era innecesario cuando dispones de una tecnología con la que pretendes cambiar la historia del cine. Al final el mensaje es el de siempre, mirad la belleza que debéis proteger, mientras nos llenamos los bolsillos haciendo lo contrario de lo que decimos.
Aunque no sirva de nada, no pagaré para ver Avatar, porque es una nueva, otra más, oda americana al armamento, la fuerza militar, y justifica la violencia, y la guerra, como única manera de salvar nuestra, su, civilización. Quizás quieren decir Ucrania y no Pandora, gas y no unobtainium, y no sean 4,37 años luz lo que nos separa, sino un puñado de recibos de la luz.
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