Javier Adolfo Iglesias
09:00 • 29 dic. 2022
La película de Frank Capra es una obra maestra. Su guión, dirección e interpretaciones son perfectas. Pero para mi sorpresa, ha pasado a la historia como una película optimista y navideña. Y en el ámbito de las ideas, se la tacha de conservadora, por justificar los sufrimientos que acarrea la existencia. Nada más lejos de la realidad; una película en la que al protagonista no le sale nada bien en la vida y que acaba suicidándose no puede ser así.
Estoy convencido de que los misántropos del mundo lloran a moco tendido y en secreto con cada plano del afligido George Bailey, y que celebran a lágrima viva cada “¡Feliz Navidad!” gritado por el genial James Stewart cuando vuelve a la vida en medio de la nieve.
Desde hace años, vivimos en España un mundo siniestro y alternativo como el de Pottersville en la pesadilla de esta película, donde los delincuentes hacen la ley, los convictos juzgan a los jueces, los alumnos corrigen a los profesores, los asesinos hablan de paz, los políticos sonríen con sus mentiras, las mujeres ven violadores en vez de hombres…este es el mundo distópico que nos muestra las campañas terroríficas de Igualdad. En la última, se ve a una mujer preparando la cena de Nochebuena mientras esposo e hijos ‘huevazos’ no mueven ni las pestañas. “Charo está un poquito hasta el coño de hacerlo todo…”, nos felicitaba así de navideña la inexplicable ministra Belarra.
Pero de pronto, un pequeño Clarence negro como el kanfort nos rescató de la pesadilla. Angel Abaga y Alonso Dávalos son los ángeles de estas navidades que nos han devuelto a la vida, la real, única y maravillosa, en la que “cuatro millones de euros” del Gordo no valen más que la sonrisa y mirada de felicidad de un niño.
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