Se vuelve a hablar de las malas comunicaciones de Almería y las denuncias y las quejas de los trenes y los aviones nos traen el eco de mil portadas amarilleadas en la memoria colectiva de esta esquina peninsular. Me da igual que se diga conectividad o se diga “Almería sin salidas”, como aquella inolvidable campaña de la Cámara en 1988. Pero no quieran buscar en las próximas líneas una vuelta más al trigo del debate partidista.
Cada cual tendrá clara su idea de la culpa y administrará con calma la justicia de su voto cuando toque, pero ahora no es el momento de dejarse llevar por la consabida espiral de las promesas e incumplimientos, de la que nadie sale indemne. Es tiempo de buscar soluciones o remedios efectivos al limitante factor de contar con poquísimos trenes y prohibitivos aviones mientras llega o no llega el esperado AVE, al que convendría ir quitándole ya la capa de tren-bala que le hemos ido cosiendo estos largos años de espera, e ir asumiendo que ni será tan rápido como soñamos, ni tan barato como nos gustaría.
No entraré por tanto en las peleas de las fechas ni en las milongas de los túneles tapados (cuando haces túneles en mitad de la nada para unas vías desconectadas y tienes que parar esas obras porque no hay dinero, o proteges esos túneles, o los pierdes) aunque quizás convendría recordar algo que nadie menciona, como es que el parón de las obras del AVE motivado por la crisis que dejó como herencia el campeonísimo de la alianza de civilizaciones no impidió terminar la vital autovía Almería-Málaga al empobrecido gobierno de Rajoy.
Pero no nos desviemos. Lo que digo es que mientras llega o no llega el AVE (ojalá sea en 2026, tal como dice el Gobierno y desmienten los técnicos) hay que buscar soluciones al aislamiento: más frecuencias de trenes y billetes de avión más baratos. Esperemos que la anunciada Mesa de la Conectividad permita avanzar en ese sentido.
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