Por un porrón de porrones

Un porrón de porrones descansan, en las Salinas de Cerrillos, ajenos a la celebración del Día de los Humedales. No saldrán en las fotos porque no son tan vistosos como los flamencos, ni se encuentran en peligro de extinción como la malvasía. No hay nada peor en esta vida de brillibrilli, que ser del territorio, que tu nombre se asocie, como le pasa al porrón, con la torpeza y la necedad, y te apelliden común. 

Les da igual. Lo único que necesitan son láminas de agua donde poder sobrevivir, pero lo tienen complicado. Hemos declarado la guerra a los humedales. Especulamos con los terrenos donde se desarrollan; contabilizamos hasta la última gota de agua para garantizar una agricultura insostenible; permitimos pozos ilegales; desviamos y ocupamos cauces; sobreexplotamos y salinizamos los acuíferos de los que se nutren; o los usamos de vertederos ilegales.

En los últimos días, leemos que 2022 fue el año más seco de la historia, que los agricultores se manifiestan por el trasvase Tajo-Segura, como la plataforma Somos Mediterránea, lo hizo por la subida del nivel del mar y la erosión de la costa. Que el SEPRONA ha denunciado vertidos en el humedal de Sotomontes, que la crisis de las Salinas de Cabo de Gata se silenciará con ayudas, que Roquetas de Mar se niega a informar a los ciudadanos sobre el proyecto de cementación de la Rambla de San Antonio.

Valoramos el agua como un elemento productivo, que lo es y fundamental, pero olvidamos que genera la vida que nos sustenta. Mientras la única variable para el desarrollo sea la económica, seguiremos acumulando problemas. Solo si encontramos el equilibrio entre economía y ecología, la revolución verde, o como quieran llamarlo, será posible.

Es hora de restaurar los humedales. Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por el porrón de porrones que el otro día dejó boquiabierto a un grupo de niños que aprendían a mirar. La necedad, la torpeza, es ignorar el problema.