Fernando Jáuregui
23:40 • 04 abr. 2012
Los cien primeros días de gobierno de Mariano Rajoy y su equipo han pasado, diría yo, con algo más de gloria que de pena, al menos si hacemos la media de los comentarios periodísticos que este período emblemático ha suscitado. Cierto es que a Rajoy y a su -entorno de hierro-, en el que sobresalen la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y el equipo económico compuesto por el cuarteto Guindos-Montoro-Soria-Báñez, se les puede acusar de muchas cosas, pero no, desde luego, de pereza a la hora de afrontar la reforma: parafraseando a John Reed -y/o a Alfonso Guerra-, han sido estos cien días que mucho han cambiado a España y que auguran que, al final del proceso, no va a reconocer a este país ni la madre que lo parió. Confiemos en que, pese a todo, sea para bien.Me comentaba un ministro la semana pasada, caminando por los pasillos del Congreso, que no hay que seguir la máxima ignaciana, según la cual en tiempos de crisis no se debe hacer mudanza; "es lo contrario, los cambios hay que hacerlos cuando la crisis aprieta".
Y la crisis, la parte del iceberg que no conocemos los simples mortales, debe ser muy gorda cuando, en una misma rueda de prensa tras el Consejo que dio -luz verde- a los Presupuestos, tanto la vicepresidenta como el ministro de Hacienda hablaron de "situación límite" y "crítica" para referirse a la economía del país y a la necesidad de ajustarse, un poco más aún, el cinturón. Con este lenguaje que no da lugar a esperanzas edulcoradas está gobernando Mariano Rajoy, y lo hará en las semanas venideras, en las que algunas fuentes que le son cercanas prometen acelerones y un cierto cambio de estrategia, o quizá solamente de táctica.
Es el caso que, ante las dificultades o ante el rechazo ciudadano a unas políticas, siempre se acaba culpando a la comunicación de todas las culpas: comunicamos mal, han dicho y dicen todos los gobiernos e instituciones que en el mundo han sido y son, mientras, de reojo, miran con enfado hacia el pobre encargado de elaborar las líneas comunicacionales. Me parece que señalar con el dedo acusador a, por ejemplo, la Secretaría de Estado específica, desempeñada por Carmen Martínez de Castro, atribuyéndole cualquier responsabilidad de que los votantes asturianos y andaluces se retraigan a la hora de echar su papeleta en la urna favoreciendo al PP.
Y la crisis, la parte del iceberg que no conocemos los simples mortales, debe ser muy gorda cuando, en una misma rueda de prensa tras el Consejo que dio -luz verde- a los Presupuestos, tanto la vicepresidenta como el ministro de Hacienda hablaron de "situación límite" y "crítica" para referirse a la economía del país y a la necesidad de ajustarse, un poco más aún, el cinturón. Con este lenguaje que no da lugar a esperanzas edulcoradas está gobernando Mariano Rajoy, y lo hará en las semanas venideras, en las que algunas fuentes que le son cercanas prometen acelerones y un cierto cambio de estrategia, o quizá solamente de táctica.
Es el caso que, ante las dificultades o ante el rechazo ciudadano a unas políticas, siempre se acaba culpando a la comunicación de todas las culpas: comunicamos mal, han dicho y dicen todos los gobiernos e instituciones que en el mundo han sido y son, mientras, de reojo, miran con enfado hacia el pobre encargado de elaborar las líneas comunicacionales. Me parece que señalar con el dedo acusador a, por ejemplo, la Secretaría de Estado específica, desempeñada por Carmen Martínez de Castro, atribuyéndole cualquier responsabilidad de que los votantes asturianos y andaluces se retraigan a la hora de echar su papeleta en la urna favoreciendo al PP.
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