Cuando se cumple un año de la invasión de Ucrania podría calificar a Putin como ‘loco hijo de puta’ por matar sin necesidad a miles de inocentes, arruinar un país y someter al estrés nuclear al planeta entero. Si al hacerlo alguien ofendido me acusara de ridiculizar la enfermedad mental, de cosificar a la mujer o de ser putero sería injusto además de falso, y no sería mi problema.
La mal llamada corrección política va a hacer que las reediciones inglesas del maravilloso Roadl Dahl sean purgadas de todo rastro de imperfección deslizada en su lenguaje. Es un absurdo quitarle al autor infantil más tenebroso y que mejor refleja el dolor humano de los niños expresiones como “gordo”, “enano” o “vieja”; sería tan ridículo como quitarle los colmillos a Drácula. Esta ola de censura puritana que vivimos parte de una confusión sobre el lenguaje. Es verdad que con él se crean realidades -como las promesas- y ficciones -como el derecho a decidir de Cataluña-, que embelesan, motivan y engañan. Sin embargo, el lenguaje no hace magia con la varita de los fonemas de la Señorita Pepis.
Negar la realidad dura, desagradable y cruel es la esencia de la pedagogía y esta ha salido a la calle después de muchos años tiranizando los centros educativos a golpe de estúpidos formularios e instrucciones dignas de los agentes de la Stasi. Jamás llamaré “alumnado” a mis alumnos porque estos son personas únicas, no son granulado, ni procesado, ni mucho menos proletariado. Aquel sueño de dictadura del proletariado y su fraternal Internacional Socialista fracasaron porque eran un engaño y han acabado hoy en Putin encarcelando a valientes rusos opositores y matando a proletarios hermanos de la vecina Ucrania.
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