Durante la época del paso de la infancia a la adolescencia, al llegar el fin de semana mi familia me marcaba una estricta rutina. Una vez finalizada la semana lectiva, a primera hora del sábado me despertaban para acompañar a mi padre y a mi tío Paco, quienes al amanecer cogían el coche en dirección a la fábrica situada en el Camino del Calvo de Campohermoso.
Es fácil hacerse una idea del humor que tenía yo al pegarme tamaño madrugón mientras mis amiguetes de La Salle programaban algún partidillo de sábado. Especialmente si tenemos en cuenta que mis mayores no requerían mi presencia para solazarnos en la campiña nijareña, sino que su intención era que conociera el negocio familiar desde abajo. Así que cuando el sábado por la noche volvía a Almería tras un largo día de faena, tengo que confesar que no sentía ninguna atracción por el Campo de Níjar.
Pero a lo largo de aquellos años llegué a apreciar la comarca y sus habitantes. Y se puede decir que fui testigo de su desarrollo. En mi memoria se han marcado de una forma especial los escasos días lluviosos en los cuales, al menos en mi recuerdo, aquel entorno abierto y salvaje tenía un encanto especial.
Quizás por este motivo, cuando el sábado 18 de febrero de camino al Centro de Artes Escénicas de Níjar para cubrir la sesión de cierre del Simposio “Juan Goytisolo y Campos de Níjar” detuve mi coche frente al 21 bajo una suave llovizna, tenía en la cabeza dos ideas. La primera, el viejo dicho de que la familia y la mula, cuanto más lejos más segura, el cual venía al pelo si tenemos en cuenta que no tenía ni idea de que me iban a pringar el sábado hasta mi encuentro del viernes al mediodía con la subdirectora de La Voz en un acto de la UAL. La segunda, que en cierto modo las circunstancias se habían aliado para que yo viviera más o menos la evolución de Almería desde la publicación de las obras de Goytisolo.
De hecho, en mi aproximación a éste, al igual que me ocurrió con Gerald Brenan, siempre he sentido que no me cuadraban del todo sus narraciones con lo que yo había vivido de cerca. Incluso al profundizar académicamente en las mismas, siempre tuve una cierta sensación de estar enfrentándome a narraciones impostadas. En el caso de Brenan ya demostró en su momento su biógrafo canónico británico, que al menos en lo que respecta a los capítulos sobre la capital almeriense, gran parte de sus narraciones son una completa invención. En lo que respecta a Goytisolo, de quien tras escucharle en la Universidad de Granada tengo la sospecha de que bebió de las mismas fuentes, todo se andará.
Lo que no voy a otorgar a estas alturas es escuchar en una conferencia sobre viajes narrativos por Níjar y Cabo de Gata, cómo los almerienses vuelven a ser convidados de piedra, salvo para ser descritos como una población que ha evolucionado hasta convertirse en masa en un reducto numantino del integrismo hispánico.
Vaya por delante que la libertades de expresión y cátedra amparan el derecho a decir lo que cada uno estime oportuno. Dicho lo cual, me cuesta entender cómo entre representantes de la más alta instancia académica de las letras almerienses allí presentes, no se alzó una voz que planteara lo que cualquier vecino podría haber enseñado al ponente, que no se puede generalizar sobre un colectivo humano de más de setecientas mil personas.
Casualmente o no, en ese momento recibí una llamada de un amigo nijareño perteneciente a una familia de Rambla Morales de las que se instalaron en las primeras casas de Colonización para, con tesón, trabajo hercúleo y visión de futuro, contribuir al desarrollo agrícola de su comarca. Cada vez que me llama priorizo compartir un café con él, porque siguiendo lo que le enseñaron, está dando una lección de superación personal. Su intención era tener la gentileza de regalarme cierta verdura que a mis padres les gusta especialmente, algo que decidí inmediatamente tenía mucho más calado vital y por ende literario que lo que había tenido ocasión de escuchar hasta ese momento.
Mientras maniobraba tras el A6 plateado en el que abandonaba la población nijareña a toda prisa otro eminente ponente, no se me iba de la cabeza la idea de que el problema de las letras en Almería es que, desde la visita del bueno de Don Gerardo, esta tierra se convirtió en una especie de Parque Temático en el que los enfant-terribles de la alta burguesía europea y sus palmeros pueden ambientar sus demonios personales sin miedo a la réplica. Para esta tradición, la provincia es un destino exótico al tiempo que confortablemente cercano, cuyos habitantes están condenados a ser sistemáticamente alienados, ignorados o tratados con condescendencia según convenga. Como bien dijo una participante, nunca han existido los Campos de Níjar, la comarca ha sido conocida siempre por sus habitantes como el Campo de Níjar.
Desde el pasado sábado me reafirmo en la idea de que las letras almerienses sigan el sendero que abrieron hace ya décadas la fotografía o las artes plásticas locales, narrando desde dentro la compleja, incluso si se quiere atormentada, realidad almeriense con valentía, pero también con honestidad.
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