La idea era estar el miércoles por la noche en Almería y no perderme el flamenco de La Guajira, pero llamé para reservar en La Perla y ya no quedaban habitaciones. Entonces tuve que cambiar de planes y reservé para la noche del jueves y del viernes.
Disponía de la programación del Apolo, y siempre que puedo no me pierdo la película que proyectan en versión original. (Me encanta la versión original, parece que comprendes mejor a los actores, los quieres más). Así que estaba segura de que iría al cine. Lo que no tenía tan claro era si iba a ir al teatro. Me causaba indecisión que fuera un monólogo protagonizado por un actor que desconocía.
La obra se titula “Soledad” y la sinopsis no me atraía del todo. Sin embargo, voy a desprenderme de prejuicios y disfrutar al máximo de lo que me presenten, me persuadía para mis adentros. No obstante, compré la entrada manifestando todavía mis dudas a la persona que estaba en la taquilla.
Entré y me sorprendió el escenario. Me pareció muy moderno; numerosos mochos de fregona blancos colgando del techo y un montón de cubos oscuros colocados armoniosamente, repartidos boca arriba, boca abajo, por el escenario.
El actor, Selu Nieto, se movía con gracia, y en los momentos de silencio también nos mantenía atentos. Esa atención y concentración en una escena es primordial para que surja comunicación entre el público y la representación.
Recuerdo un momento así y otro pletórico cuando el protagonista, reencarnado en su abuela, canta con María Jiménez “Se acabó”, con todas sus fuerzas. Impresionante la energía.
La película finlandesa la vi en la tercera fila y fue fácil meterme en ella. El argumento era atractivo. El viaje en tren de una chica desde Moscú hasta una ciudad lejana, en el compartimento número seis. La aventura de una congregación.
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