José Fernández Revuelta
17:14 • 08 abr. 2012
Eso debe ser la puntualidad. A la primera campanada del reloj anunciando las siete de la tarde, ha comenzado a redoblar el tambor, era una falsa alarma, ya que el redoble no ha continuado. Ahora parece que sí. Efectivamente, son las siete horas veinte minutos y el redoble se hace continuo lo que nos hace pensar que la cosa va en serio y la procesión ha comenzado. Muy bien y, francamente, puntual. Estos son días de ajetreo y las madres se fatigan empujando el cochecito del bebé de acá para allá. Es una Semana Santa, con buen tiempo, ya que al comienzo tuvo una suspensión, que después ha continuado bien y, cuando esto escribo —miércoles Santo— parece que el buen tiempo se estabiliza. Y es que está todo tan mal, que el hecho de aparecer algún chaparrón inesperado hasta seríamos capaces de verlo como una cosa normal. Espero que la aparición de algunos nubarrones sean solo tentativas de “aguarnos” la fiesta y nada más, que bastante agitado está el tiempo y su “circunstancia”, para que, al fin, se nos pueda estropear con los paraguas empleados a fondo.
Y es que necesitamos “fiesta”, cambio de ambiente, sustituir lo monótono por situaciones que nos obliguen a pensar y nos hagan vivir lo trascendente aunque solo sea por una semana que haga honor a su nombre.
“Te he visto, Señor / cuando el sol se ha hundido ya / en el último horizonte. / Ha sido un milagro / de amor y de luz / tras una esquina. / Primero tu luz, / después tu amor / un amor de brazos cruelmente abiertos, / acariciando nuestros rostros / clavados en las míseras paredes /.”
Te he visto, Señor, / con tu vida rota, / con el frío exacto de la muerte, / frío del mármol o del acero, / a Ti que creaste la vida, el árbol y el latido. /
Te he visto, Señor, / enseñando a bien morir, / en cada esquina. / Tú que eres la Vida… / y yo clavado / en las tibias y húmedas paredes. /”
Que esta visión nos haga vivir el milagro de amor y de luz, que, excepcionalmente, se nos ofrece, tras cada una de las esquinas que doblamos, con pesar, en esta Semana Santa nuestra de aquí y ahora.
Y es que necesitamos “fiesta”, cambio de ambiente, sustituir lo monótono por situaciones que nos obliguen a pensar y nos hagan vivir lo trascendente aunque solo sea por una semana que haga honor a su nombre.
“Te he visto, Señor / cuando el sol se ha hundido ya / en el último horizonte. / Ha sido un milagro / de amor y de luz / tras una esquina. / Primero tu luz, / después tu amor / un amor de brazos cruelmente abiertos, / acariciando nuestros rostros / clavados en las míseras paredes /.”
Te he visto, Señor, / con tu vida rota, / con el frío exacto de la muerte, / frío del mármol o del acero, / a Ti que creaste la vida, el árbol y el latido. /
Te he visto, Señor, / enseñando a bien morir, / en cada esquina. / Tú que eres la Vida… / y yo clavado / en las tibias y húmedas paredes. /”
Que esta visión nos haga vivir el milagro de amor y de luz, que, excepcionalmente, se nos ofrece, tras cada una de las esquinas que doblamos, con pesar, en esta Semana Santa nuestra de aquí y ahora.
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