Decidí ir a la manifestación del 8M. Quería vivir el día de la mujer como una lucha individual y colectiva, además de compartir mi identidad de género. Estos fueron los argumentos que me impulsaron a movilizarme.
La noticia de una izquierda dividida me deprimía, pero me sobrepuse y acudí al Anfiteatro de la Rambla poco antes de las ocho. Mientras subía andando miré al cielo y volví a ver a Venus y Júpiter alineados, en conjunción (a pesar de que en cada atardecer estén más distanciados, continúan relacionados).
Después de esa mirada cósmica bajé a la tierra y me adentré entre la multitud de mujeres jóvenes en su mayoría, también adolescentes y adultas, y algunos hombres. Todo empezó con una batucada. Me gusta el ritmo y el sonido. Y como una rata del cuento El flautista de Hamelín me fui detrás.
Más adelante me paré un momento para ver pasar la manifa y así poder leer algunas pancartas, porque había tantas que no podía captarlas todas. También me hubiera gustado llevar una. Lo bueno hubiera sido crear yo mi propia pancarta, y gritar mi eslogan.
Sin embargo, no sé si hubiera sido capaz. Me daba cuenta de que me emocionaba cada vez que repetía, sin elevar demasiado la voz, cánticos como “Que viva la lucha de las mujeres”. Había otros que parecían una mera ilusión, como “Ista, ista, ista, Almería es feminista”, pero resultaban alentadores. Hubo uno que me costó trabajo entender hasta que después de varias repeticiones lo conseguí: “Patriarcado y capital: alianza criminal”.
En cartones leí escrito:” Nos quieren como modelos porque nos temen como artistas”; “El patriarcado me da patriarcadas”, lo que me removió en cuerpo y alma.
Escuché voces que hablaban de la gran participación. Es como si todavía no hubiésemos comprendido que somos la mitad más uno de la población.
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