Un fantasma recorre el mundo: el de la regresión democrática. Las autocracias se asientan y por la connivencia, o dejadez, de bastantes medios de comunicación, su actuación se va normalizando, con lo que la degradación está garantizada. Lo advertía en Santo Domingo esta semana el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, exiliado en Costa Rica por la presión del régimen dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Carlos Fernando es hijo de Pedro Joaquín Chamorro, director de La Prensa asesinado en 1978 por la dictadura de Somoza. Su madre, Violeta Barrios de Chamorro, fue presidenta constitucional del país y resultó acosada también por los Ortega. Los Chamorro representan en su historia familiar la doble desgracia de una Nicaragua que soportó primero la dictadura del general Somoza, hasta que fue vencido por el Frente Sandinista en 1979. Años después, los cuatro hijos de aquel matrimonio fueron detenidos y ahora exiliados casi todos, por la degeneración del “sandinismo” en el poder.
Este periodista, creador de Confidencial -una web y un semanal que sobrevive desde el exilio a la incautación del régimen- advierte de que “en Nicaragua ha sido ilegalizada hasta la sociedad civil” y que “eso es el espejo de la degradación que se puede alcanzar en países donde se recortan las libertades individuales”. Aviso serio a navegantes despistados en democracias de aguas turbulentas. Allí no es posible hacer periodismo más que en el exilio. El último detenido es un joven, que sigue preso, por el delito de haber grabado la procesión del miércoles santo, el pasado cinco de abril, y haberla emitido en sus redes sociales. Esperpéntico. Hay un obispo exiliado y hasta las monjitas de la Madre Teresa han sido desarticuladas sin más delito que hacer caridad.
En casi cada elección en el mundo -con la excepción ahora de Brasil por la victoria de Lula sobre Bolsonaro- se aprecia un ascenso de la ultraderecha.
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