¿Qué nota merece la clase política almeriense? ¿Son útiles nuestros representantes en las instituciones? ¿están para servir a quien les vota y no para servirse de quien les vota? ¿Sirven para estar, o solo están para servir los intereses de sus partidos?
La valoración de la política como forma de gestionar el espacio público compartido atraviesa una merecida decadencia. El trincherismo y la ausencia de talento se han convertido en dos carriles por los que circulan la mediocridad de quienes han hecho del cargo que ocupan una profesión, y el sectarismo de quienes solo piensa en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Esta deriva hacia estaciones de llegada siempre de corto circuito y casi nunca de largo recorrido (que son las que construyen) es más acentuada en la política nacional, para descender su intensidad en los estamentos anteriores de la pirámide institucional. Contraviniendo el mandamiento matemático, el orden de los factores sí altera el producto.
El pasado lunes los ocho alcaldes y las dos alcaldesas de los diez municipios con más habitantes de la provincia participaron en un encuentro organizado por La Voz. Fueron dos horas de conversación en las que cada uno de ellos hizo balance del mandado de cuatro años que ahora termina y de las aspiraciones que contiene la agenda del periodo que comienza tras las elecciones del 28M. Después de escuchar a los alcaldes y alcaldesas de Adra, Almería, Cuevas, El Ejido, Huércal de Almería, Huércal Overa, Níjar, Roquetas, Vera y Vícar consolidé dos convicciones que me acompañan desde que, con la llegada de la democracia, comencé a conocer la geografía almeriense y a quiénes, desde sus grandes ciudades o sus pequeños pueblos, han liderado la gestión municipal.
La primera convicción es que el cambio experimentado en todos y cada uno de los 103 pueblos de la provincia con la llegada de los ayuntamientos democráticos ha sido tan espectacular que su cercanía en el tiempo no permite todavía valorarlo en su extraordinaria dimensión. La labor de los cientos de alcaldes y concejales ha sido tan formidable que aquellas carencias convertidas en endemismos - agua, luz, aceras, alcantarillado y tantas otras necesidades básicas- forman ya parte de un paisaje prehistórico.
La segunda convicción consolidada es que la política local no ha sufrido el grado de contaminación tóxica que amenaza peligrosamente con destruir otros escenarios.
Las campañas electorales no son territorios propicios para la serenidad, la ponderación y el pragmatismo. Un escenario rodeado de hooligans es siempre un campo de batalla en el que la voluntad de destruir al adversario se impone a la vocación de buscar la mejor solución al peor problema. Pero mas allá de estas circunstancias ocasionales, cuando de lo que se trata no es de arengar a la tropa, sino de reflexionar sobre lo que, de verdad, interesa a los ciudadanos, la gestión de la realidad se impone.
En el comedor improvisado en la sala de juntas de este periódico y bajo la mirada silenciosa de los centenares tomos de La Voz que contienen la historia de los últimos 83 años de Almería, de lo que los alcaldes de más del 75 por ciento de los habitantes de la provincia hablaron fue de proyectos concluidos o por abordar con incidencia en la calidad de vida, no solo de los habitantes de sus municipios, sino de los de toda la provincia.
El agua, el AVE, los desarrollos urbanísticos y la integración de los más de cien mil inmigrantes que han hecho de la provincia su nueva casa fueron los ángulos de un cuadrado en el que está contenido, en gran medida, el futuro. Y en ese campo de batalla las diferencias no están en el puerto de llegada, sino en los matices del rumbo a seguir. Y, sinceramente, me gusta esa música. Siempre me ha gustado la política que ejecuta con sonidos matizados y con silencios premeditados la partitura que construye frente al estruendo de la excitación demagógica que lo enciende y lo destruye.
Pero si alguien duda del balance positivo de quienes nos han gobernado democráticamente desde 1979 voy a copiar a Yolanda Díaz y le voy a dar un dato: en 1980 la provincia tenía 405.000 habitantes y en su agenda de carencias el agua para beber o asearse, las carreteras que distanciaban más que unían y la carencia de servicios elementales en todos los municipios, en todos, eran las señas de identidad de una provincia no muy alejada de la periferia del subdesarrollo. Han pasado cuarenta años de aquel tiempo del puente de Rioja y la casa de Socorro y hoy ya somos más de 750.000 habitantes y las carencias que nos inquietan siguen siendo las mismas pero- y esto es muy importante- con objetivos radicalmente distintos.
Ahora, el agua que demandamos con urgencia no es para beber, sino para garantizar y desarrollar la mayor y mejor huerta de Europa y las comunicaciones que necesitamos no son las que nos hacían llegar hasta el pueblo más cercano, sino un tren que nos una con el resto de Europa en menos horas que las que antes se tardaba en llegar desde Adra a María. Continuamos teniendo asignaturas pendientes- desde la gran amenaza de la despoblación en comarcas del interior a las pequeñas cosas en cualquier municipio-, pero lo recorrido ha sido tanto y tan radical que solo el sectarismo estúpido puede negar.
El lunes los diez alcaldes convocados por La Voz hablaron de ideas, no de ideologías. Y ese es el mejor camino a seguir cuando el ruido inevitable de la campaña electoral deje paso a la gestión de los intereses que compartimos.
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