Metidos en harina electoral, transcurridos cuatro días del inicio de la campaña para la consulta autonómica y municipal, con el modesto bagaje que proporciona la cobertura personal de numerosas campañas en diferentes ámbitos, no tardamos en descubrir reiterados paisajes del paisanaje que no benefician a nadie. Me refiero a que en todas las elecciones siempre hay quien surge como un parásito en la política: son los oportunistas, esos individuos que se adhieren a las campañas electorales y se aferran a las candidaturas de los partidos para obtener beneficios personales, sin importarles en lo más mínimo las propias ideas, si es que las tienen, y la de sus líderes. En cada consulta tientan el transfuguismo. Los hay de todas las formas y tamaños, desde jóvenes cretinos a viejos frustrados que buscan aferrarse al poder. Pero, independientemente de quiénes sean, todos tienen una cosa en común: aprovecharse de los demás.
Los oportunistas suelen ser acomodaticios, arribistas caprichosos y chaqueteros con aspiraciones a vasallo de criazón, o sea a paniaguados del nuevo señor –léase presidente, alcalde o concejal-. Son como garrapatas en la política, chupópteros y rentistas de la buena voluntad de las personas que trabajan para hacer una sociedad más próspera y justa. Sólo les importa su propio beneficio. Siempre hay alguien dispuesto a vender su alma al diablo para obtener alguna prebenda. Son el tipo de personas que cambian de opinión rápidamente y que nunca se comprometen con una postura.
Siempre he equiparado a estos individuos –salvada la honra del figura- con “Paniolla”, uno de los personajes encarnado por uno de los cabezudos que desfilan todos los años en la comitiva de la Tarasca, durante la procesión del Corpus, en Granada. “Paniolla” era natural de Benalúa de Guadix, murió en 2006, y vivió durante muchos años del “pan” y la “olla” que en forma de “urico” le daban vecinos y transeúntes cuando con un puchero asido al cuello demandaba “por amor de Dios, un poco de pan y un poco de olla”. Claro que los “paniollas” de la política no enseñan el puchero, no aluden al amor de Dios ni –por regla general- viven en la mendicidad del pobre de “Paniolla”.
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