Antes del 28M, expropiarán a cinco familias de Lucainena de las Torres, en aras de las energías renovables, de la mal llamada economía verde. Solo un milagro, en forma de juez, que paralice la obra, podría evitar la sinrazón, la inmoralidad, el delito ambiental y contra el patrimonio.
El capitalismo más atroz, disfrazado de progreso, ondea la bandera de la sostenibilidad, protegido por las administraciones que, en humillante contubernio, allanan el camino, miran para otro lado, guardan silencio y se llenan los bolsillos, regalando la tierra a los conquistadores de los espejos mágicos.
Evoco al admirado José Antonio Labordeta, y su envidiado, “a la mierda” en el Congreso, porque son esos mismos, sigo citando al diputado, “gilipollas” los que se dejan engañar, por fondos de inversión con cara de corderitos, made in Murcia, llamados X Elio o Calaspasol.
Piden el voto, la confianza, mientras, bajo el eufemismo de utilidad pública, cambian la Ley para que esos macroproyectos, divididos en pequeños huertos solares, no pasen por información pública, ni necesiten evaluaciones de impacto ambiental, ni un mísero cartel informativo ante las obras.
Llevan meses protestando pacíficamente, presentando recursos, alegaciones, alternativas. Se han desnudado, abrazado con una cadena humana su pueblo, presentado en la sede de la empresa promotora, en los despachos de los que dicen defendernos. Y solo han conseguido silencio, consejos de resignación, chantajes económicos y amenazas.
Pero no se rinden, resisten, aguantan. Defienden la España rural, la energía sostenible, que las multinacionales no nos esclavicen robándonos el paisaje, el agua, la historia, la libertad. Son, y debería decir Somos, como cantaba Labordeta, esos viejos árboles batidos por el viento, suaves como la arcilla, duros como el roquedal, pero están solos, cuando su lucha debe ser la nuestra. Lucainena no se vende, se defiende. Renovables sí, pero no así.
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