Matar a un ruiseñor (I)

A Vinicius no lo insultan por negro, lo hacen porque los villanos saben que es sensible

Laurie Cunningham, jugador inglés del Real Madrid, en el estadio Franco Navarro en 1980.
Laurie Cunningham, jugador inglés del Real Madrid, en el estadio Franco Navarro en 1980.
Manuel León
21:33 • 24 may. 2023

La vida es como aquel patio del colegio en el que crecimos; ahí estaba el tubo de ensayo de lo que somos ahora; en el patio de una escuela está el universo entero; ahí estás tú junto al resto: el buen samaritano, el acusica, el cobarde, el generoso, el guaperas, el líder, el cruel, el tímido, el débil con el que los abusadores se ensañan; en el patio de un colegio están todas las explicaciones a la vida que vendrá después. Y quien es cobarde entonces, lo será toda su vida; quien es malvado en ese patio infantil de gritos y bocadillos, es muy probable que lo sea para siempre. El mayor aprendizaje no está en el pupitre, sino en el recreo, allí donde siempre había villanos peritos en oler el perfume de la debilidad para ir contra el frágil, contra el sensible, contra el que lloraba fácilmente.



Todos los que gritaban mono y tonto y negro al futbolista Vinicius el otro día desde el anonimato de una grada, no escarnecían, ni apaleaban con sus insultos vociferantes a un negro, no iban contra el brasileño descendiente de Kunta Kinte por ser de color, por ser oscuro -el campo estaba lleno de tostados: Camavinga, Militao, Rudigger, incluso su propio gladiador Kluivert- no era por eso. Iban contra él, contra Vinicius, porque Vinicius es como el débil de aquel patio de colegio de nuestra infancia, el más emocional, el que antes empezaba a llorar si le escondían el bocadillo. Porque los crueles saben, y por eso lo hacen, que le duele; gritaban a Vinicius, los desalmados, no por ser negro como un toro, le gritaban por pura maldad, por hurgar en la herida descubierta como si fuera un filón. Recuerdo que de niño fui al primer Almería-Real Madrid de la historia. Con los blancos jugaba un inglés de color llamado Cunningham, el primero que yo veía jugar al fútbol, al que la grada del Franco Navarro no paraba de chillarle negro. Él, ni pestañeaba. Vinicius no es así: no sabe hacerse el sueco. Él protesta y llora y denuncia, como aquella afroamericana, Rosa Parks, que se negó por primera vez, en 1955, a ceder el asiento a un blanco en un autobús de Alabama, como aquel ruiseñor del abogado Atticus Finch, que no quiso reconocerse culpable porque no lo era. Vinicius es un ruiseñor, un espíritu libre, un menino de 20 años para el que la vida no va más allá de un regate, al que quieren malograr porque canta diferente. 









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