Es verdad que esto podría haber pasado a otro partido o en otro lugar, pero lo cierto es que los que han sido descubiertos y detenidos por comprar votos para las elecciones del domingo 28 son miembros de la candidatura del PSOE en Mojácar. Y esto, quiérase o no, ha terminado de imprimir la categoría de siniestro total a una campaña que, para los socialistas almerienses, vino precedida por unas primarias a mitad de camino entre el exorcismo y el psicodrama, que se tradujeron en una sucesión de listas aupadas y depuestas con los ritmos de la marea mental de un demente. Después estalló el caso Tito Berni y la proyección tectónica del vigor hormonal del diputado socialista Indalecio Gutiérrez. Tras eso, llegó el desfile de estrellas invitadas para seducir a los votantes almerienses: Juan Espadas, el defensor el pacto con los terroristas; Patxi Benegas, el amigo de las juergas rijosas durante el confinamiento y finalmente -esto es pura fantasía- Felix Bolaños, el ministro de Sánchez que vino a anunciar a sus compañeros de Mojácar que días más tarde serían detenidos por intento de fraude electoral, que “su olfato” le anunciaba que iban a tener un muy buen resultado. ¿Qué sabía Bolaños? Y la verdad, que concejales socialistas de Níjar hayan hecho empadronamientos express en sus casas para inflar el censo electoral del pueblo ya casi ni lo menciono, por repetido. Lo digo porque la lectura sociológica de mayor interés el lunes en Almería será ver cuántos votantes han tenido el coraje cívico de, a pesar de toda esta sucesión de catastróficas desdichas, entregar su voto al Partido Socialista. Pero la grandeza de la democracia es que el voto, al menos el que no te intentan comprar los golfos, es libre y por tanto puede confiarse a quien estimes que no lo va a malparar. A no ser, claro, que seas un fanático de esos que votan siempre a los suyos aunque acrediten con sus actos que no merecen la más mínima confianza.
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