En algunos, hoy es un día de esperanza, de ilusión y de sueños. En otros, la jornada se despereza sumida en el letargo de anteayer, que se prolongará indefectiblemente en el tiempo hasta que, tal vez, la Providencia obre algún milagro. Son nuestros referentes, a los que gustamos aludir cuando de nuestros orígenes se trata. Y en la inmensa galería que ocupan hay los que se muestran acogedores, hospitalarios y receptivos, frente a los inhóspitos e ingratos, antipáticos y desagradables, si bien es cierto que no resulta fácil homogeneizar y generalizar a todas las almas que acogen. Los hay hermosos, resplandecientes, limpios, cuidados y embellecidos frente a los feos, canijos, sucios y descuidados. Los hay con más y menos servicios, con mayor y menor equipamiento, con mejores y peores comunicaciones. Unos son más luminosos, en donde la cárcava es predominante en el paisaje lugareño. En otros abundan los mondos y las parameras. El agua, ese maná que tan generosamente nos llega estos días, es determinante en las acuarelas naturales que enseñan su piel y sus vergüenzas. Los tonos ofrecen una rica gama que oscila por todos los colores del arco iris en una continua metamorfosis de imágenes y sonidos, de luces y de sombras. Son los pueblos, ese vocablo tan entrañable que diera título a una de las más hermosas obras de José Martínez Ruíz, Azorín, y que de un tiempo a esta parte se han desvelado como los núcleos que atesoran mejor calidad de vida, sobre todo los pequeños, bien comunicados y menos degradados.
En ellos, ayer puede ser hoy o tal vez mañana. Y en ese hoy, cuando visto mi pensamiento de esta grafía, se henchida mi alma de veneración ante la danza caprichosa, pergeñada de posturas y movimientos, de los vencejos y golondrinas que trasiegan, con permiso de las nubes, el techo de mi pueblo, donde pareciera que estos vecinos de la tarde se persignan ante la presencia de Dios. En breve, el crepúsculo pasará página y el cri-cri-cri de los grillos, la mejor nana conocida, nos regalará el sueño de una noche de primavera. Tal vez mañana sepamos valorar nuestra morada, la de los pueblos, donde habita la vida.
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