Un escalofrío corre por las redes desde que una de las ramas del Taray de la playa de los Bajos apareciese quebrada. No es la primera. La frustración se torna en rabia, en reproches al Ayuntamiento, porque se lleva años pidiendo vigilancia, protección, respeto hacia un árbol convertido en símbolo, que forma parte de los recuerdos de los vecinos, y de las fotos de los turistas.
No se puede culpar a nuestros representantes del comportamiento incívico de unos cuantos, pero sí responsabilizarlos de no cumplir con la legislación, de mirar para otro lado, de permitir los ataques continuos, de ignorar las propuestas y soluciones que la ciudadanía pone sobre la mesa.
Por mucho árbol singular, cómo está catalogado, o que sea un superviviente de otro siglo y nos cuente la historia de otro paisaje, otra línea de costa, otra forma más coherente de vivir, para muchos es un árbol más, y perder el tiempo con estas nimiedades, no merece la pena. Pero la inacción y la falta de interés ante la merma sistemática del patrimonio, cultural y ambiental, es la muestra de a dónde se encaminan los intereses y la sensibilidad política.
De nada sirven los lamentos, las excusas, las bonitas palabras cuando ya no se puede hacer nada.
Confío en que los hechos sirvan para poner soluciones, no parches de cara a la galería. Que estas sean consensuadas con la ciudadanía, y que lo que se haga, se realice con convicción. Si su visión de futuro, del mal llamado progreso, pasa por la destrucción del patrimonio, que lo digan, sin eufemismos ni medias tintas.
Pueden hacerlo, la mayoría absoluta, respalda, legitima sus acciones, le otorga su beneplácito para que busquen la mejor manera de encontrar el equilibrio entre la economía y la conservación, o para que se llenen sus bolsillos si les place. Les dan mano libre para que hagan con ellos lo que quieran y solo piden que no les duela. Agradecidos, les untan sonrientes la vaselina.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/258129/la-alargada-sombra-del-taray