Para qué han servido y sirven los alcaldes y concejales de la provincia

Carta del director

Almería ya tiene a sus nuevos alcaldes y concejales.
Almería ya tiene a sus nuevos alcaldes y concejales. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
19:54 • 17 jun. 2023

Antonio Bonilla, el alcalde de Vícar, lo dijo en la noche del jueves con la sabiduría que impone no renunciar a llegar más lejos cuando ya se está de vuelta de casi todo. “Los alcaldes -dijo ante una decena de sus colegas- somos los que gestionamos el territorio y, con esa gestión, estamos obligados a favorecer las iniciativas de los ciudadanos”. El concepto del “Papa Bonilla”, como le llaman algunos cariñosamente, es muy revelador del porqué hay alcaldes que son reelegidos una y otra vez, y el cómo lo logran. Entre los que continúan, Bonilla es un ejemplo y Gabriel Amat otro; Pepe Berruezo, desde Armuña, y José Segura, desde Bacares, dos de los que ayer no fueron reelegidos porque abandonaron voluntariamente la carrera después de más de treinta años. 



La constitución ayer de las nuevas corporaciones municipales es un punto de partida que debe ser recibido desde la confianza. En una época en la que la crispación, el trincherismo, el populismo y la manipulación de las emociones domina la política nacional, los ayuntamientos se han convertido en un oasis en los que el pragmatismo de la gestión deja poco espacio para la barricada. Reivindicar un centro escolar o de salud, diseñar una zona de expansión urbanística o un parque, o construir un espacio deportivo son proyectos incompatibles con la extravagancia demagógica de la impostura. 



La nostalgia no es un camino por el que transitar con frecuencia porque casi siempre conduce a la melancolía. Pero sí es una vereda a la que no hay que esconder en el olvido. Los municipios son escenarios construidos por la acumulación de decisiones que les hacen progresar porque le hacen más cómoda y mejor la vida a quienes los habitan. Escenarios en los que los decorados efímeros de cartón piedra no encuentran acomodo porque el libreto con que se escribe la gestión municipal está escrito con la imaginación de las ideas y la consistencia del hormigón con que se construyen para la eternidad. 



El Régimen del 78, que algunos cretinos intentan denostar desde un adanismo estúpido por falso e inconsistente, ha supuesto una revolución no equiparable en sus resultados positivos a ninguna otra. Desde la llegada de los primeros ayuntamientos democráticos en 1979 hasta los que se constituyeron ayer, la provincia ha avanzado de forma tan extraordinaria que mirar atrás resulta gozosamente abrumador.  



De los 103 pueblos en los que está dividida nuestra geografía no hay ninguno, ni uno solo, que no haya vivido un avance formidable en la calidad de vida de sus habitantes. Almería ha progresado más en 40 años de democracia que en cuatrocientos de oscurantismo autoritario. Un progreso al que han contribuido la inmensa mayoría -siempre hay excepciones indeseadas-de los alcaldes y concejales que recibieron el mandato esperanzado de sus vecinos para que gestionaran las simples pero grandes cosas que hacen cada mañana la vida más feliz. 



Escribió Miguel Hernández en unos de sus versos más sentidamente bellos que en las aldeas “la basura está en las calles y no en los corazones”. Cuánta razón. Tanta que no habría que perder nunca ese sentimiento de espacio en el que todos se conocen, comparten las alegrías y se compadecen -de padecer con- en las tristezas. Escribió Hernández en su poema que en los pueblos “la vida es pormenor, hormiga, muerte, cariño, pena, piedra, horizonte, rio, luz y espiga”. Es verdad. 



Pero también es verdad que el gran éxito de los alcaldes y concejales que nos han gobernado y nos gobiernan desde ayer es que han tenido el acierto y la valentía de hacer compatible ese espíritu íntimo y emocional de aldea en la que los vecinos son el centro del mundo, con la convicción de que mundo es una aldea de la que hay que aprender de forma permanente. Esa es la otra clave del éxito. Conservar la belleza de un huerto de limoneros en un pueblo de la Alpujarra no está reñido con la llegada de la digitalización a la más alejada de sus casas. Tradición y modernidad no son dos aspiraciones enfrentadas, son los dos raíles interminables por los que ha transitado y debe transitar la construcción del futuro en esos 103 pueblos y ciudades de la provincia. 



No es ese recorrido interminable hacia el futuro una tarea fácil. Nunca lo fue y nadie nunca dijo que lo fuera. Las ciudades y los pueblos son seres vivos en permanente evolución donde alcanzar una meta no es una línea de llegada, sino una línea de salida hacia otra meta que complemente y mejore la ya alcanzada. Hay retos pendientes como el agua o la despoblación que demandan soluciones estructurales urgentes y que deben marcar los cuatro años que se avecinan. Cada día tiene su afán y cada municipio sus retos. Alentemos a quienes tienen la responsabilidad y la obligación de llevarlos a cabo en el día en que comienzan un nuevo mandato. 


Y a los que se han marchado después del deber cumplido digámosles adiós desde el agradecimiento. Contribuir a mejorar la vida de los que han compartido con ellos calles, plazas, esquinas y progreso les hace acreedores de ese reconocimiento. Por eso y por tantas cosas los ayuntamientos debían tener la grandeza de conceder por unanimidad y a cada uno de quienes han sido sus alcaldes desde 1979 la satisfacción de ver esculpido su nombre en la pared encalada de alguna de sus calles. Sería una forma de reconocer el trabajo realizado, pero, también, de reconocerse y reencontrarse con el sentimiento noble e irrenunciable de la gratitud. 


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