Quizás los sociólogos del futuro acierten a explicar cómo la sociedad española se fue ensimismando en chorradas convenientemente enfocadas por los medios, hasta acabar absortos en un bucle de superficialidad donde la anécdota siempre domina a la categoría. Habrá que ver la responsabilidad que en todo este proceso ha tenido este gobierno descacharrado que, con suerte y un buen uso del derecho a voto, puede enfilar en unos días la puerta de salida. No olviden que justo antes de la pandemia tan pésimamente gestionada, nuestros ministros se afanaban en medir el alcance penal del piropo.
Cuando desde los organismos y entes de gestión se prioriza la majadería, se acaban introduciendo giros y cambios ideológicos en el lenguaje, se convierte en tema de portada los cánticos de un colegio mayor, se aplican criterios de secta religiosa a cuestiones que deberían estar sometidas al ámbito científico y, por decirlo de un modo campestre, se santifica la cogida del rábano por las hojas. Sólo así se entiende que el debate nacional en estos momentos sea el “Que te vote Txapote”.
No tengo mucho espacio, pero me limitaré a decir un par de cosas: la primera es que si el “Pásalo” y el “No a la guerra” eran libertad de expresión, no entiendo que pueda haber ahora diferencias en cuanto al empleo de expresiones que, como escribió Machado, “Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son.”
Y la segunda es que nada define mejor la deriva ética y estética de la sociedad española que prestar más atención a un ripio certero y crudo que al hecho incontestable de que el presidente de nuestro gobierno lleve cuatro años apoyándose electoralmente en los herederos políticos de la banda de asesinos de la que formaba parte el tal Txapote.
Los mismos, por cierto, que con la tolerancia sumisa de los ahora ofendidos por un estribillo, homenajean, ensalzan y hasta presentan en sus listas electorales a criminales con las manos manchadas de sangre.
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