Jose Fernández
23:34 • 21 abr. 2012
No es necesario insistir en que vivimos en una sociedad que ha apostado por erradicar la cultura sustituyéndola por un repertorio de entretenimientos vacíos de contenido. Llevamos décadas de imposición de un sistema que relaciona la cultura con un elitismo aburrido que en absoluto se corresponde con la realidad, pero que se ha convertido en el discurso dominante. Y esta situación tiene en la política una de sus máximas proyecciones, al estar los cargos públicos todo el día en el escaparate mediático. Los políticos españoles no suelen destacar por su firme erudición, asumiendo en ocasiones muletillas que no sólo emborronan sus intervenciones, sino que delatan su rimbombante vacuidad. Por ejemplo, a los políticos progres les ha dado ahora por hablar de “líneas rojas”, pretendiendo quizás trazar una metáfora cromática de la firmeza socialista de sus planteamientos, de la emotiva lucha de clases o algo en ese plan. Lo que no saben todos estos pluscuamperfectos que oyen la palabra “rojo” y sufren un espasmo en el puño, es que la alusión a las líneas rojas no es ni soviética, ni frentepopulista, ni tan siquiera zapateril. Es una acuñación de la prensa victoriana para enaltecer el esfuerzo militar inglés en Crimea. Aunque hablar de la Guerra de Crimea (1853-1856) a todas estas víctimas de la LOGSE sea perder el tiempo, creo que merece la pena precisar que lo de “la delgada línea roja” es un invento del corresponsal de The Times que cubría la famosa batalla de Balaclava, (la de la carga de la Brigada Ligera y el poema de Tennyson) describiendo la sangre fría de un regimiento escocés que formó una línea de bayonetas ante la caballería rusa de los zares. Los escoceses llevaban casacas rojas (lo de Los Coloraos, vamos) y el periodista tuvo un arrebato lírico que gustó tanto que acabó convirtiéndose en una frase común en inglés. Eso es todo. Y ahora, sigan ustedes hablando de delgadas líneas rojas en sanidad y en educación… por la Reina y por el Imperio.
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