A mitad de camino entre el Freddie Mercury que cantaba disfrazado de mucama y la Carmen Maura del “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, las imágenes de la vicepresidenta Yolanda Díaz planchando la ropa han proporcionado uno de los momentos más delirantes de una campaña que ya hizo pico psicotrópico con el subidón de Zapatero y su viaje de ida y vuelta al infinito.
Yolanda Díaz, la candidata que ha cambiado a Marx y Engels por Dolce y Gabbana, escenificó una estampa irreal de su vida diciendo que planchar la relaja mucho y que duerme dos horas al día. Pero esa falsa sesión de plancha reflejaba una incongruencia incontestable: la misma izquierda que se ha servido del comodín del machismo para ejercer una cansina labor de prescripción y cancelación de comportamientos, dichos, canciones, libros y películas que, en su opinión, fomentaban la discriminación de la mujer, no puede venir ahora a pedir el voto con la imagen de una mujer planchando la ropa. Una nueva e irritante demostración de la permanente doble vara de medir con la que siempre quiere jugar la izquierda española.
Imaginen la que le estaría cayendo al PP si en la campaña de Feijóo hubiera aparecido una mujer planchando, como la niña de la famosa canción de Los Payasos de la Tele, que por cierto fue convertida anatema machista por toda esta panda que ahora aplaude la idea de una candidata a la que sólo le ha faltado decir que ella misma se plancha su mono de miliciana para ir a trabajar a la barricada.
Pero lo relevante de esta señora no es el apresto de sus conjuntos, sino sus complementos: los referéndums de independencia que ha prometido a sus socios, las majaderías económicas de regalar pequeñas fortunas a adolescentes y esa cuadratura mágica del círculo de ganar más dinero trabajando menos tiempo. Con eso es con lo que tendrá que acabar gobernando otra vez Pedro Sánchez si el buen juicio de la gente no lo impide el domingo. Lo que haga Yolanda los lunes antes de almorzar es lo de menos.
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