Se puede afirmar que la Historia de la Humanidad viene marcada por una dinámica cíclica entre periodos de civismo y barbarie. El primero es definido por la RAE como “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública” mientras que barbarie se asocia con “falta de cultura o civilidad”. Por lo que hemos podido aprender hasta ahora, esa convivencia requiere de una serie de valores sencillos, que se pueden sintetizar en respeto y dignidad.
Las épocas en las que ambos han predominado se han caracterizado por prosperidad y coexistencia pacífica. Cuando se han atacado estos valores han llegado los conflictos, los desastres, la devastación. El devenir del siglo XX versus la nueva realidad que se disfruta en el siglo XXI en Alemania puede representar un buen ejemplo de las alternativas entre el desprecio y el cultivo del respeto, y sus respectivas consecuencias.
En las Elecciones generales del próximo domingo confrontan, tras casi cincuenta años de cierto desarrollo de la concordia, dos modelos políticos que abogan, respectivamente, por civismo y por barbarie. Después un periodo de armonía impulsada por el reconocimiento de derechos relacionados con la aceptación de la diferencia y de la libertad de pensamiento y opción de género, en estos comicios se presenta una propuesta claramente basada en el rechazo del civismo.
Resulta alarmante comprobar que el Partido Popular continúe, según las encuestas, contando con apoyo electoral después de comenzar a incumplir ya en junio los programas y promesas realizadas en mayo. Los incipientes gobiernos autonómicos y corporaciones locales de coalición PP-Vox han debutado, dejando de lado la 'moderación' del PP, desarrollando el programa de Vox: censurando, prohibiendo actos culturales y publicaciones, y denostando desde la representación institucional (que es de todos) a todo tipo de colectivos que les desagradan.
Cuando además el programa de un bloque político se basa en la descalificación del adversario, el falseamiento de la realidad, la mentira flagrante, y la eliminación de derechos, en definitiva, en la destrucción, la convivencia se pone en peligro de forma evidente. Está claro que será la ciudadanía quien decidirá; pero en esta ocasión, más que nunca, serán todas las personas que se abstengan de participar quienes determinarán el futuro común. Confío en que, por responsabilidad y conciencia, en esta ocasión sean muy pocas.
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