Abstraerse a las Perseidas y la posibilidad de pedir un deseo es difícil. Yo he tenido la fortuna de hacerlo, y guiar dos observaciones, desde la cubierta del barco pirata Anne Bonny, y el corazón de Punta Entinas.
La espera para ver llover estrellas, sirve para pasear entre constelaciones y reflexionar, como el espantapájaros de 091, en cosas que nunca habíamos pensado, e inevitablemente, nos terminan llevando hacia las grandes preguntas, (con Siniestro Total son más divertidas) de ¿quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?, y a su vez, nos empujan a las risas cuando intentamos responderlas aludiendo a los extraterrestres; a la tensión cuando lo hacemos a través de Dios; al debate cuando hablamos de ciencia; o al silencio, cuando decides disfrutar de la belleza de la naturaleza.
Las estrellas han generado miedo, fascinación, curiosidad, imaginación, ambición, y fueron el nacimiento de las religiones, de la ciencia o del arte.
Los astrónomos, desde el Paleolítico hasta Carl Sagan, han ido cambiando la idea que teníamos sobre nosotros mismos y el planeta que habitamos, poniendo en jaque a los gobernantes que temían perder su poder si sus dogmas se cuestionaban.
Hace apenas 390 años, Galileo Galilei se enfrentó al Vaticano, defendiendo la teoría copernicana de que la Tierra no es el centro del Universo, sino que giramos, como otro planeta más, alrededor del Sol. Conflicto por el que tuvo que abjurar de sus teorías para salvar la vida, aunque se le condenó a vivir encerrado en su casa, acusado de herejía.
Quizá la verdadera revolución no sea descubrir vida extraterrestre, sino la que tenemos que hacer aquí y ahora ocupándonos de la justicia, la libertad y la igualdad.
Hoy volveré a mirar las estrellas y cambiaré mi deseo: Ojalá las tetas de Amaral provoquen una Supernova, y sirvan para darnos cuenta de que no somos tantos como estrellas, pero sí suficientes para que no puedan pararnos.
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