La semana pasada recité tres poemas incluidos en Antalogía, una recopilación de poemas de cinco poetas de Antas que se presentó en la cafetería Leo, lugar de encuentro de los amantes de la cultura.
Gocé de estar arropada por la gente de mi pueblo, y comunicarme con ellos a través de mi discurso y mis poemas. El primero lo elegí por la fuerza arrolladora del amor. Ese sentimiento universal que genera pasiones irrefrenables a lo largo de la vida. Pueden ser amores carnales, reales o platónicos, pero el amor siempre perdura: “Si pudiera abrazarte/ y el tiempo se detuviera/ como en las películas. /Me fundiría en ti/ eternamente/ en un instante/ y dejaría de existir.”
Amo este poema. Creo que es uno de los pocos que puedo recitar de memoria, y cada vez que lo hago es como si lo reviviera en ese mismo momento.
Antes de pasar al segundo advertí al público que mis poemas eran cortos. Lo siento, dije, pero quizás eso sea algo positivo, añadí espontáneamente. Oí risas de aprobación y eso también fue un estímulo para continuar: “No es necesario escribir para vivir/ pero si vivo necesito escribir/ para reconciliarme con la vida. /Como aquella noche que escuché/ el viento fuerte desde mi cama/ y sentí que debía vivir/ aunque solo fuera para escuchar el viento.”
Después de este poema tan existencial, que me sumerge directamente en esas noches en las que el viento feroz es mi única compañía, pasé a recitar el último, y finalicé con el más corto de todos los que he publicado en esta Antalogía: “Escribo versos mientras duermo/ y en sueños vivo. / ¿Para qué despertar si olvido?”
Más tarde alguien me dijo, he leído tus poemas, me encantan, los hago míos. Basta con que una persona inesperada me diga que le gustó mi presentación y también mis poemas para sentirme feliz y contenta.
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