Me bajo de Twitter

A ritmo de Julieta Venegas, me despido de Twitter y me voy. No servirá de nada, y más siendo invisible, pero es la única manera de no ser cómplice del ególatra capitalista de Elon Musk.

Dos hechos me llevan a ello. Uno es el tren de satélites Starlink, que estos días ha mancillado la Osa Mayor. 42.000 satélites artificiales quiere poner en órbita para llevar internet a todo el planeta. Parece una acción generosa que beneficiará a todos, pero el altruismo es solo una estrategia de marketing, la mascará del diablo.

Por otro lado, fui a regar a Castala tres encinas que plantamos con la Antorcha de las Letras de las Bibliotecas de Vícar. Un acto simbólico para combatir el cambio climático a través de la vida que se genera cuando leemos y que termina reflejándose a nuestro alrededor.

Recordando el trenecito, el riego me pareció una pérdida de tiempo. El desánimo me mostró cómo la ambición humana vuelve a enarbolar el capitalismo más despiadado que rige nuestros designios, permitiendo un proyecto que genera tanta alarma ambiental, ética y política, y pondrá un poder ilimitado en sus manos.

Un ejemplo. Puso gratis sus satélites al servicio de Zelenski. Como funcionaban pidió los 20 millones de euros que cuesta al mes mantener el servicio con la amenaza de desconectarlos. El precio de la paz es la razón de las guerras.

Por eso las tetas de Amaral, el Power Black de México 68, la negativa de Cristiano a hablar con Caca Cola sobre su mesa, son gestos valientes. Todo sigue igual, pero confío en el inocente gesto que haga explotar todo y comience una verdadera revolución por la vida.

Sé de mis contradicciones, sigo otras redes sociales, conduzco y llevo un teléfono conectado a la red, pero no tengo más remedio. Como decía Quino, Mafalda nunca pediría bajarse del mundo, soñaba uno mejor. Por eso riego las encinas, aprendo a mirar, y me bajo de Twitter o como lo llame, pero me permito un último hashtag #enhorabuenacampeonas.