Volvemos al curso tan mal como lo dejamos. Mientras que el Español avanza en todo el mundo y se unifican hasta los cargadores del móvil, aquí el Congreso se convertirá en una absurda y costosa torre de Babel. Encima, lo celebramos como la asamblea de majaras que decide “mañana sol”. Armengol habla de “riqueza lingüística”, que tiene tanto sentido a la hora de entenderse como hablar de “riqueza biológica” sobre la salud de un infectado de coronavirus. Al final, es coherente entre políticos que ni se escuchan desde el ‘no es no’ de 2016.
Luis Rubiales ha puesto de acuerdo a las dos Españas. Sólo en su repudio, porque para muchos, el zafio agarre genital de Rubiales junto a la Reina en el palco no es tan grave como el supuesto ‘piquito’. Hay quienes equiparan el beso a una violación del Código Penal y así pueden seguir haciendo épica contra el heteropatriarcado. Para éstos, el fútbol es solo una excusa para ensalzar otra victoria en su guerra contra la opresión de las mujeres en esta Afganistán ibérica. Mis compañeras de generación resolvían casos como éste con mucha confianza, determinación y de forma instantánea como el Nesquik: con un buen sopapo y una frase como “¿Qué te has creído, cerdo calvo?”. Pero ya se sabe que hoy “lo personal es político”.
Desde el Mundial de 2010, España ha cambiado mucho. Pero la Historia la escriben los finales y la de los besos también. El de Casillas a Carbonero fue celebrado porque tuvo final feliz. Aquí pasará lo mismo si Pedro Sánchez gana el partido. Y aunque su morreo con Puigdemont sea tan forzado, repugnante y sin sentido como el de Rubiales, será loado en la futura federación de pueblos ibéricos que un día tuvo una brillante selección de fútbol con grandes mujeres de toda España.
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