Entre dos continentes

El momento más difícil de esta cultura familiar llegaba a la hora de las vacaciones de verano

Imagen del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.
Imagen del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. La Voz
Manuel Sánchez Villanueva
21:58 • 16 sept. 2023

En numerosas ocasiones me he preguntado de dónde sacarían en mi casa sus normas de conducta casi calvinista.



Sea como fuere, las reglas del juego estaban bien claras. Una vez cubiertas las necesidades de forma frugal, se invertía todo el remanente en educación, al tiempo que limitaban al máximo los gastos en ocio. El momento más difícil de esta cultura familiar llegaba a la hora de las vacaciones de verano, durante las cuales, mientras mis compañeros de pupitre se movían por Aguadulce, yo me sentía secuestrado en un aislado cortijo de la rambla de Doña María.



También pasamos un par de veranos en una casa alquilada en el Cabo de Gata. Era vieja y modesta, pero cercana a la inmensa playa de la que disfrutamos profusamente.  Tengo grandes recuerdos de aquella época, especialmente uno que me ha marcado. Y no es otro que el hecho de que, en aquella vivienda no había agua corriente, por lo que se suministraba de un sistema que combinaba el uso de un pozo y aljibe que abastecían tanto a las personas como a las necesidades productivas de tres casonas limítrofes.



Aquella experiencia tuvo un fuerte impacto en nosotros. Acostumbrados a no echar cuentas de dónde venía el líquido elemento que salía por el grifo, pronto nos hicieron ver los residentes que había que utilizarlo con sumo cariño. Cierto es que nos costó, pero al final aquel grupo de turistas low-cost, aprendimos a gestionar el agua como verdaderos cabo gateros de la época.



Esa temprana lección vital fue el germen de la tesis que he mantenido después de que, especialmente en zonas en desarrollo, el sector turístico no siempre ayuda a mejorar el bienestar de la población local, especialmente cuando hay un excesivo consumo de agua u otros recursos imprescindibles para la agricultura.



Por suerte, hace mucho que la provincia de Almería dejó de ser una zona en desarrollo, entre otras cosas porque aprendimos a gestionar nuestros escasos recursos hídricos para sustentar un espectacular crecimiento económico con características propias. 



Ahora bien, este verano he rememorado mi infancia cerca de San Miguel al leer la denuncia del portavoz de los regantes almerienses sobre que uno de nuestros municipios turísticos señeros había multiplicado por seis el consumo del líquido elemento proporcionado por la única fuente segura de aprovisionamiento que representa la desaladora. Puesto que lógicamente en España se prioriza el abastecimiento del líquido elemento para el consumo humano a cualquier otro destino, la consecuencia ya no tan lógica es que con ello se podría llegar a perjudicar, al menos a nivel teórico, la mayor fuente de riqueza que ha conocido esta provincia en tiempos recientes.



Como bien decían los regantes, es muy importante que diversifiquemos los sectores productivos sin que tengan que competir entre ellos por los recursos naturales. De hecho, desde que me enteré para mi sorpresa que, gracias a la Isla de Alborán, la ciudad de Almería es una de las seis del mundo que se encuentra entre dos continentes, soy un convencido de que, con el tiempo, la capital y provincia sabrán explotar turísticamente su potencial histórico, geográfico, ambiental y cultural que brinda el ser un puente entre Europa, África y el próximo oriente.


Ahora bien, es el momento de diagnosticar, planificar y tomar decisiones. Tarde o temprano, las comunicaciones de Almería mejorarán y, llegados a esa nueva fase, nos enfrentaremos a las demandas derivadas de las necesidades de nuestra agricultura, el constante crecimiento de la población y la amenaza del sobre turismo que ya atenaza a zonas vecinas. Puesto que ya tenemos suficientes problemas para abastecer a los sectores productivos de agua y territorio o para preservar los frágiles ecosistemas que nuestra geografía a caballo entre dos continentes nos ha regalado, sin una decidida ordenación territorial los conflictos futuros podrían estar servidos.


Hace ya mucho que me llama la atención el hecho de que, mientras que el sector agroalimentario provincial ha tenido una evolución conceptual espectacular que le ha convertido en un pionero en gestión sostenible a nivel mundial, también acompañado de un sector industrial (concretamente el auxiliar de la agricultura) que no le va a la zaga, el tercer pilar de nuestra economía que supone el turismo, especialmente en su versión residencial, se ha quedado anclado en el pasado, sin terminar nunca de evolucionar. Mientras en el resto del mundo desarrollado se realizan planteamientos dirigidos a ordenar para crecer en sostenibilidad y rentabilidad, aquí desayunamos cada día con el lanzamiento a bombo y platillo de un nuevo proyecto urbanístico en el litoral, a cuál más sorprendente, por decirlo de forma suave.


No dejo de preguntarme el motivo de que sus promotores, incluido alguno que cuenta con una dilatada trayectoria empresarial, siguen obsesionados en enrocarse en el desarrollismo, copiando modelos que tuvieron éxito en su momento, pero que hace tiempo que lanzan claras señales de agotamiento.


En este sentido, propongo a los lectores que la próxima temporada estival realicen un ejercicio práctico que yo me he entretenido en hacer durante los últimos veranos. Consiste en darse un breve paseo en plena temporada veraniega por algunas zonas de la costa malagueña o alicantina de nivel medio (a efectos de este ejercicio no computan las urbanizaciones de Arroyo de la Miel en las que viven inmigrantes tecnológicos con renta anual de medio millón de euros+bonus) para inmediatamente después preguntarse qué modelo de Almería quiere dejar a sus hijos.

 

Durante el merecido homenaje que finalmente se le ha brindado hoy en Almería a la memoria de Hermelindo Castro, no podía dejar de pensar en que la solución a este dilema no pasa por vestirnos de blanco en fiestas promocionales veraniegas vendiendo la ilusión colectiva de que nuestro litoral aguanta lo que le echen, sino siendo conscientes, como lo fue aquel almeriense nacido en Santiago, de que tenemos que  gestionar la fragilidad de esta tierra situada en pleno paralelo  37 en la que todavía por suerte nos ha tocado  vivir.


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