¿Por qué si Almería no existiera habría que inventarla?

Carta del director

¿Por qué si Almería no existiera habría que inventarla?
¿Por qué si Almería no existiera habría que inventarla?
Pedro Manuel de La Cruz
19:55 • 14 oct. 2023

Contraviniendo el primer mandamiento de la ley de la columna periodística que aconseja no comenzar nunca un artículo de opinión con un interrogante, hoy voy a romper con la norma planteándoles el mismo interrogante con el que hace unos días me sorprendió Jacinto castillo, uno de nuestros redactores con más experiencia y mayor conocimiento en el sector agrícola y sus entornos. ¿Alguien -se preguntaba y me preguntaba el responsable de Agricultura 2000- se ha parado a pensar cuánta superficie haría falta, cuánta roturación de suelo sería necesaria, cuántos espacios naturales habría que destruir o al menos modificar y cuánta agua sería necesaria para producir los millones y millones de kilos de productos agrícolas que produce la provincia si, en vez de cosecharse bajo plástico, tuvieran que ser cultivadas de forma tradicional? La pregunta sorprende porque no ha sido ese un interrogante en el que los almerienses se hayan detenido a reflexionar nunca o casi nunca. Pero piénsenlo.



De todos los endemismos que han hipotecado desde hace mil años el futuro de Almería hay algunos de los que todavía no hemos logrado desprendernos. Uno de ellos es el de la desconfianza hacia nosotros mismos. El pasado martes asistí al encuentro que el exministro Iñigo de la Serna y el economista David Cano mantuvieron con un grupo de empresarios. El encuentro tuvo lugar en el teatro Cervantes y fue en su escenario donde volví a escuchar una apreciación que ya había oído en otros espacios de reflexión y expresada por personas de distintas ideologías y procedencias: los almerienses desconocen la visión que de su provincia se tiene en el resto de España.



El elogio es un sonido que siempre es bien acogido por quien lo recibe y, en la mayoría de las ocasiones, no deja de ser un recurso artificial y premeditado para seducir a quien lo escucha. No creo que fuera este el caso.  



Almería se está situando desde hace años, y cada vez con más nitidez, en el mapa del interés de quienes, hasta ahora, la desconocían o apenas tenían de ella la imagen difusa de un territorio desértico por el que nunca se pasaba y en el que casi nunca se pensaba para ir.



La producción incesante bajo los invernaderos, la aplicación de la tecnología a sus procesos productivos, la aplicación de la digitalización, la optimización en el uso del agua como “combustible” imprescindible en su estrategia sostenible de producir más en menos espacio y con menos coste medioambiental son avances de cuya importancia no somos conscientes. Estamos tan habituados a convivir con ellos que cualquier innovación, por extraordinaria que sea- y muchas lo son-acaba siendo percibidas como la consecuencia de un proceso natural. Estamos tan habituados a innovar que lo que extramuros de nuestra provincia se percibe como extraordinario por quienes llegan a conocerlo, aquí lo revestimos con la monotonía de la normalización.



Hay muchas formas de ser y estar. Una de ellas es a la sevillana usanza: exhibir con orgullo (a veces desmesurado) lo que se tiene; la otra, al almeriense modo: no proyectar casi nunca al exterior de lo que somos capaces y, cuando se rompe esta dinámica, hacerlo como pidiendo perdón casi siempre.



La Diputación lleva años luchando contra esta dinámica con acierto en el contenido y eficacia en las formas. Hay que continuar en esa estrategia y ampliar su intensidad.  



Como escribió el poeta Gabriel Celaya, “Nosotros somos quién somos, basta de historia y de cuentos”. A ver si de una puñetera vez nos lo creemos y somos conscientes de lo que somos capaces de hacer y de nuestra aportación en un sector tan básico en tantos aspectos como el de la agroindustria.  


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